Putiesposa, en un hotel

Dos meses de hotwife, ese era el trato. Dos meses de buscar mis propias aventuras, en solitario, con quien quisiera, donde quisiera, como quisiera, con una sóla condición: compartirlas con L. informándole al máximo: fotos, videos, audios, detalles… a ser posible en tiempo real y después al regresar a casa contarle los pormenores de la preparación y la ejecución de la trastada. Y una sóla consigna: ser muy zorra, lo más posible.

La propuesta me encantó. Y decidí echarle imaginación y tratar de que cada una de aquellas trastadas fuera diferente.

Para la primera hablé con un amigo con el que habíamos contado ya en algunos juegos, pero con el que aún no habíamos llegado a ciertas prácticas. Al principio me dio la sensación de que no se creía mucho que realmente la propuesta partía de los dos y se mostró preocupado por mi propuesta de quedar él y yo a solas. Negociamos que el día D., antes de que ocurriera nada, el propio L. le daría su beneplácito. Y empezamos a prepararlo. Fueron unos días muy morbosos y divertidos en los que me moría de ganas de contarle cosas a L. pero me mantuve y cuando llegó el momento le pilló totalmente de sorpresa.

Esa mañana salí de casa como tantas otras, aparentemente. Pero en mi bolso llevaba un vestido guarro, los zapatos de tacón, lubricante y… el resguardo de una reserva de habitación en uno de esos “hoteles para parejas”.

A la hora convenida, en una boca de metro, nos encontramos. Y lo primero que hicimos fue poner el mensaje a L. contándole a grandes rasgos lo que iba a pasar, y preguntándole si estaba de acuerdo o tenía algo que objetar. Respondió enseguida, cachondo perdido. Efectivamente no tenía nada que objetar y nos deseaba que lo disfrutáramos, recordando que le mantuviéramos informado.

Tras comprar unas cervezas y condones nos dirigimos a la habitación y nos encerramos. Sólo entonces le contamos a L. cual era el plan, dónde estábamos… y que habíamos elegido un lugar cercano a casa, por si podía escaparse un rato y unirse a la fiesta. Yo ya intuía que eso no sería posible, pues era horario laboral, pero la mera posibilidad de que pudiese aparecer en cualquier momento hacía el juego aún más morboso.

Primero fueron los besos, las caricias, por encima y por debajo de la ropa. Antes de quitarme la camiseta se puso detrás de mí y me abrazó, besándome el cuello y erizando ya mi piel. Y llegó la primera foto. Con sus manos en mis tetas, aún sobre la camiseta, pero masajeándolas de forma muy agradable... mis pezones ya erectos y los suyos clavándose en mi espalda... un poco más abajo otra dureza comenzaba a despuntar presionando en mis nalgas.

Nos desnudamos el uno al otro. Me pidió que me pusiera el vestido guarro. Lo hice gustosa. Y tras poner el móvil a grabar, empezamos a tocarnos, me bajó un poco el vestido dejando mis tetas al aire, me las comió, yo acaricié su pene, disfrutando de lo duro que ya se percibía. Acaricié su torso y respiré su aroma. Tal vez fueran imaginaciones mías pero comenzaba a oler a sexo. Sentí que me ponía cada vez más cachonda, el juego no había hecho más que empezar y me estaba encantando.

Entonces él agarró mi vestido por su parte inferior y fue subiéndolo, deslizando sus manos por mis muslos, hasta dejarlo enroscado en mi cintura. Miró hacia abajo con ojos lujuriosos, se agachó ante mí y tuvo un primer encuentro con mi sexo. Tras besarlo y recorrer el espacio entre mis labios con la punta de su lengua, y sin soltarme las caderas en ningún momento, sumergió su nariz en mi coño y jugueteó delicadamente con la lengua y sus labios en los míos. Luego se puso de pie sonriente. Antes de continuar, enviamos el vídeo a L. al que imaginaba en casa, disfrutando también de la situación a distancia. En él, por primera vez, L. podría descubrir quién era mi acompañante.

Durante las semanas de preparación habíamos hablado bastante del sexo oral. En casa, me había excitado pensando en ese momento. Y el momento había llegado. Me condujo hacia la cama y me sentó, empujando luego mis hombros ligeramente para que me tumbara. Luego él se agachó delante de la cama y me hizo disfrutar de su lengua, de sus dedos, de sus labios… y de las chuches que trajo expresamente para la ocasión y que fueron convenientemente introducidas… en el juego… Me exploró a fondo, recorriendo todos mis pliegues y acompañando sus movimientos bucales con caricias de sus dedos, introduciéndolos y moviéndolos al compás haciéndome producir jugos que él lamía y repartía por mis muslos. Disfruté como una perra.

Y mientras él me lamía y chupaba, mientras mordía mis labios con suavidad y me hacía estremecer yo veía nuestro reflejo en el espejo del techo de la habitación. Mis manos en su cabeza, mis piernas sobre sus hombros, su vaivén encima de mi coño, que se transmitía por toda mi columna vertebral. Y finalmente mi arqueamiento, mi sacudida cuando me llevó al orgasmo. Lo que no vi en el espejo sino en su rostro frente al mío fue su cara de satisfacción cuando me senté sonriente y sudorosa después de correrme.

Después llegó mi turno. O el suyo. Da igual. Me dispuse a hacerle una mamada acorde con la comida que él acababa de regalarme, a tono con la sensual habitación que habíamos alquilado. Creo que lo conseguí. Le comí la polla un buen rato, jugando con mi lengua en su capullo, en el glande, en los huevos, recorriendo su miembro una y otra vez de arriba a abajo, de abajo a arriba. Sujeté con presión la base de su pene y jugué con la lengua en la punta, trazando círculos, lamiendo y chupando, marcando golpecitos y sintiendo sus estremecimientos y la presión de sus manos en mis hombros, a ratos en mi cabeza dirigiendo el movimiento. Hasta que le tuve justo donde quería tenerle. De rodillas en la cama junto a mi boca, enredando sus dedos en mi pelo mientras me follaba la boca. Pronto sentí sus piernas tensarse, su polla a punto de estallar dentro de mi boca, dura, firme. Gimió de placer cuando la deslicé entre mis labios rozándola con la lengua por la parte inferior y justo en el punto final de su camino no pudo aguantar más y se corrió. La lefa resbaló por mis labios, mi barbilla, mi pecho… y llegó hasta la mesa de trabajo de L. que recibió la correspondiente foto.

Charlamos un rato, bebimos, retomamos fuerzas…  acabamos haciendo un 69, ¿para qué discutir sobre quién primero? Un ratito de placer mutuo para después volver a jugar con sus hábiles dedos en mi coño. “Ponte a cuatro patas sobre la cama”, me pidió. Obedecí. Y siguió jugando con mi coño, penetrándome con un dedo. Entonces otro de sus dedos se deslizó hasta el agujero de mi culo, y también me penetró. Al tiempo que los movía, yo creía enloquecer. Y no, no fue una locura estirar el brazo hacia mi móvil, que estaba allí en medio de la cama, y grabar un audio con mis gemidos, con sus jadeos, incluso con el chapoteo de mis jugos, y darle a Enviar.

Descansamos un ratito, charlamos, bebimos cerveza... no todo iba a ser sexo... bueno, sí. Hablamos de algo que había en la habitación y que ninguno de los dos habíamos probado anteriormente: el diván tántrico. Sonaba interesante así que investigamos sus posibilidades. Si me subo por aquí te la como cómodamente, si te apoyas por allá te follo tan a gusto… justo esa fue la elegida. De pie con mi pecho apoyado en la parte más alta del sofá, él se situó detrás de mí y me penetró. Al principio se movía despacio, con suavidad, con su polla entrando y saliendo fácilmente de mi sexo. Luego fue cogiendo ritmo. Ufff y qué ritmo! Me apoyó las manos en los hombros mientras me follaba. Luego las bajó por mi espalda, hasta mis nalgas. Agarrándome por las caderas aumentó su velocidad de nuevo, para luego llevar mis brazos hacia atrás y asirme por las muñecas. Sí, enviamos un vídeo.

Pensaba que se correría dentro de mi, todo parecía indicar que iba a ser así. Todo excepto que él de pronto me sacó la polla, se sacó la goma, me tumbó en la cama y se colocó a mi lado de rodillas. Bajó la mano derecha de nuevo a mi coño y sin más me metió dos dedos y empezó a jugar en mi interior. Yo aproveché que su polla quedaba de nuevo al alcance de mis manos y aún conservaba buena parte de la erección que había surgido en el diván tántrico y le empecé a masturbar. Sus movimientos con la mano pronto dieron resultado y mi sexo, empapado, empezó a chapotear al mismo tiempo que yo sentía una tensión harto conocida por mí. Esa palpitación, esa contracción de mis músculos, esa sensación de ganas de orinar que sabía que no eran ganas de orinar... mi squirt estalló con fuerza, salpicó mis piernas, su brazo... y dejó las sábanas encharcadas. Justo en el momento en que su semen impactaba en mis tetas.

A lo tonto llevábamos follando toda la mañana, tocaba relajarse. Al Jacuzzi. Un reconfortante baño para a continuación volver a casa, disfrutar con mi chico de las fotos, los audios, los videos… y contarle todo lo que no se veía ni se oía en ellos.

Una divertida mañana, una morbosa trastada. Un estupendo compañero de juegos que creo que también disfrutó con toda la situación y una cerveza pendiente los tres juntos para intercambiar impresiones,  agradecer de nuevo su colaboración y… quién sabe… lo que surja…

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