Microrrelatos (II)
De la cabeza a la piel
Cuando
entró en aquel local pensó que no era su sitio, que había demasiadas parejas,
que la gente era demasiado joven, demasiado delgada, demasiado guapa, que no
pintaba nada allí. Cuando le vio pensó que tal vez podía probar, que solo se
vive una vez, que podía ser divertido, que tenía derecho a intentarlo. Cuando
él, el hombre más atractivo y elegante del pub, cogió su cintura, la atrajo
hacia él y sonriendo le dijo "tú mandas" pensó que estaba en el sitio
adecuado y en el momento adecuado. Cuando él la desnudó, la cubrió de besos y
caricias y se hundió dulce y cuidadosamente en ella, dejó de pensar. Se limitó
a sentir.
A cámara lenta
Despacio.
Muy despacio. La recorrió con la lengua desde el lóbulo de la oreja, pasando
por el cuello. Sujetando su pecho con la mano mordisqueo su aureola, succionó
el duro y pequeño pezón, bajó hasta el ombligo y dio su viaje por concluido en
la tibieza de su sexo. Separando los labios con los dedos, lamió con calma el
turgente clítoris hasta que sintió que ella tenía bastante. Solo entonces
desató sus manos de los grilletes que colgaban del techo. La giró lentamente
sobre la cama y sujetando sus caderas la penetró. Sus embestidas fueron
igualmente lentas. Había dejado sus prisas fuera de la oscura mazmorra.
Merienda campestre
Se
encontraron en aquel paraje casi idílico, extrañamente desierto, junto al río.
Cuando llegaron, ellos ya se entregaban al placer del aperitivo; él recostado
contra el árbol, ella inclinada ante él, saboreándole. Pronto llegaron los
demás, les invitaron a unirse, había para todos. Alguien echó una manta al
suelo y ambas se tumbaron enredados sus cuerpos y sus lenguas. Lo que parecía
ser revolconas acabó convirtiéndose en tortilla. Después llegaron los platos
fuertes: salchicha, morcillo, chirlas y almejas, incluso alguna quisquilla, que
compartieron también sin dudar. Aún no saciado su apetito, se entregaron con
vicio a los postres, con mucha nata.
Invitación
Aunque
intenté disimular no podía apartar la mirada de sus piernas abiertas que
dejaban entrever lo que no llevaba bajo su falda. Quería concentrarme en mi
café y la charla de Ana pero el cruce de piernas a lo Sharon Stone me provocó
tal reacción que hasta ella calló y se giró a mirarla. Vi cómo se levantaba, se
le acercaba y se fundían en un apasionado abrazo, ante mi atónita mirada, y me
disponía a unirme a ellas cuando sonó la voz de Ana "deja, invito yo, que
no sé qué andarías imaginando pero cómo te levantes con esa erección vas a
asustar al camarero".
Bizcochitos
Sabía que
cuando recibiera el WhatsApp diciéndole que esa noche le sorprendería iba a
pensar en otra cosa. Y su expresión al abrirle la puerta con la bandeja del
bizcocho en las manos confirmó mis sospechas. No era la sorpresa que esperaba.
O tal vez sí. Su sonrisa se amplió cuando se percató de mi desnudez bajo el
delantal. Más aún al observar los taconazos que lucía, tan impropios de una
cocinera metida en faena. Deposité la bandeja con cuidado, al tiempo que le
susurraba “este aún no está listo para comer, pero este otro sí”. Levanté el delantal
dándole acceso a mi coñito rasurado y ese bizcochito sí le permití comerlo
antes de que se enfriase.
Última oportunidad
Por fin me
iba a Londres. Tras dos meses esa tarde tendría mi última clase con mi
guapo profesor. ¡Era ahora o nunca!. Llegó puntual, como todos los días,
solo que esta vez yo le esperaba en albornoz. Sonrío al verme y preguntó qué
quería repasar. ¿No era obvio? Abrí un poco más mi albornoz, dejando asomar mi
pecho. Me humedecí los labios y solté el cinturón. El albornoz cayó a mis
pies. El profesor también. Tras derretirme en su boca le arrastré hasta la cama
y, sin pronunciar palabra, me dio una clase magistral en la que lo de menos fue
el idioma.
Cumpleaños feliz
Cumplía años, más guapa que nunca. Al teléfono, él solo le dijo dos frases:
"¡Felicidades!" y "Echa un tanga al bolso, nos vamos a
celebrarlo". Ella se llevó una pequeña desilusión, esperaba algo más
especial, incluso romántico, no que el regalo fuera "ponerla mirando pa' Cuenca".
Pero obedeció. Una hora después, con el tanga en el bolso se encontró con él.
Desconcertada se dejó vendar los ojos y meter en un taxi. Cuando él le quitó la
venda, una bonita sonrisa bajo una gorra de azafata les solicitaba los
billetes. Ese año celebraron su cumple "mirando pa' París".
Naturaleza viva
La marcha había sido dura, pero sin duda mereció la pena. Tanto el madrugón
como los kilómetros recorridos. Aquel paraje era espectacular, igual que su
chica, que en ese momento se despojaba de su polvorienta indumentaria dispuesta
a bañarse en el río. Movido por la urgencia del deseo, él también se desnudó y
la siguió. La alcanzó junto a la cascada, la abrazó enredando sus dedos en la
negra melena, ella le rodeó con sus piernas y devoró sus labios carnosos. El
rumor del agua al caer ahogó su grito de placer cuando, tras izarla por las
caderas, la penetró.
Dragones sin mazmorras
Una película de dragones, ¿qué le había hecho pensar que me gustaría? Claro,
así estaba el cine, casi vacío. Y pese a ello, llega ese tío tan alto y se nos
planta al lado. Concretamente a mi lado. Al menos no está delante tapando media
pantalla, pensé allí sentada entre los dos. Además olía bien, y sonrió al
disculparse por rozarme la pierna sin querer. Las tres primeras veces. La
cuarta le rocé yo. Estaba juguetona. No se retiró. Tampoco cuando, tras
susurrarme mi chico mis órdenes al oído, me incliné sobre su asiento, metí la
mano en su bragueta y dejé de atender a aquella película tan aburrida.
Larga espera
Después de todo el día desnudos al sol les ardía la piel, y el deseo. Él
intentó un primer acercamiento en el estrecho y lento ascensor. Sol le apartó
con un "subes tú más veloz que este trasto". En el rellano volvió a
buscar su boca, estrechándola con ansia contra su pecho desnudo. Ella, aunque
riendo, de nuevo se deshizo de su abrazo. Al entrar en el apartamento le
condujo al sofá, se tumbó y le atrajo hacia abajo. Quedó tumbado contra su
cálida piel. Ella entonces murmuró, esta vez sin sarcasmo alguno: "Hoy
quiero que me folles despacio, mirándome a los ojos". Le dio lo que
deseaba, como siempre.
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