Bautizo Oscuro

Escribimos este relato entre los tres, porque entre los tres lo vivimos y disfrutamos. Primero lo redacté yo, y se lo pasé a L. y a M. quienes, como parte de un juego, debían revisarlo, modificar lo que creyeran conveniente y hacer cada uno una aportación, que por supuesto quedaron finalmente integradas en el relato.

M.: Creo que me centraría en la naturalidad con que fue surgiendo todo. Por un lado, el tema entre N. y yo… Después ese momento en que ella me mostró unos blogs, con la intención de dar alas a mis fantasías, que estaban bastante atrofiadas.

Me dio dos, y luego un tercero. Un par de días después, me dijo que la autora de ese tercer blog era ella. No recuerdo si me sorprendí, porque todo fue surgiendo tan naturalmente que sospecho que lo tomé con la misma actitud. Y dos de ellos me los devoré, uno de ellos el de N., porque los dos contaban situaciones que para mi estaban fuera de cualquier cosa que yo hubiera podido imaginar como algo que forma parte de la realidad que hay gente que vive naturalmente.

Me encantaron; algunas situaciones no me resultaban tan atractivas a mí pero sí que me gustó leerlas. Y claro, lo siguiente fue situarme a mí misma en alguno de los escenarios que planteaba N. Me resultaba deseable, me daban ganas… y un día le dije si no se podía organizar algo. Tal vez planteé mal la pregunta. Me dijo algo así como que no, que estaba muy equivocada.

Yo iba preguntando, sin miedo a ser escuchada y sin miedo a la respuesta. Pero todo fluía tan bien, que cuando me tuvo que decir que no, que eso era de otra manera dije “perfecto, no pasa nada”. Y unos días después, dí en la clave. La clave era no ir a buscar muy lejos, la tenía al alcance de mi mano.

Y parecía que era algo muy lejano cuando de pronto empezó a parecer posible, antes. Y ahí empezamos a fantasear. Y una de esas fantasías de N. me dejó así como sorprendida, porque no me la imaginaba. Lo que me pasa con esto es que hay cosas que nunca me imaginé, en mi vida, y entonces el disfrute de la sorpresa, y a la vez que esa sorpresa sea por una situación excitante, es muy intenso… A partir de esa fantasía, como que empezamos a construir un guión, adaptable, moldeable, pero muy apetecible… Y precisamente ese, fue el principio que cuenta ella, en su relato. Un principio al que creo que le falta un antifaz… pero por lo demás, todo bien.


N.: No creo que haya sido por las semanas que llevábamos preparando nuestro encuentro, o bueno, un poco sí. Ni por los años de amistad previos en los que jamás imaginamos un desenlace como este, o tal vez también han tenido que ver… como el hecho de saber que vendría sin bragas, el verla aparecer con su faldita corta y esa sonrisa picarona… el subirse en el coche fingiendo esa tranquilidad que no sentíamos ninguno de los tres, el trayecto a casa invadidos por esa tensión sexual disfrazada de conversaciones triviales sobre temas inocentes…

Cuando en medio de la pandemia nuestras conversaciones fueron derivando hacia temas cada vez más íntimos, escudadas las dos en la distancia y el confinamiento, yo en algún momento me planteé si ella descubriría nuestras aficiones en el mundo oscuro. Luego llegó ese punto en que sospeché que sí, que acabaríamos hablando de ello. Y cuando eso también ocurrió, me pregunté si además de hablar, realmente su curiosidad nos llevaría a mostrarle cómo era ese ambiente que M. empezaba a vislumbrar, sin atreverse aún a decirlo en voz alta. Y un día ocurrió, y entre charlas sobre virus, niños, curros y ERTEs surgió el “me gustaría…”

Hacía tiempo que L. me había comentado cuánto le ponía M., con su exótico acento, su cara de niña buena, su bonito cuerpo, y su moral intachable. Y de pronto M. estaba ahí, al otro lado del WhatsApp, y además de todo eso, resultaba tener unas tremendas ganas por adentrarse en un mundo hasta entonces desconocido para ella y que le atraía con una fuerza también desconocida. Y llegaron las charlas subidas de tono, las fantasías compartidas, las confidencias, los planes, el fin del confinamiento… y la cita. Y M. subida al asiento trasero del coche, demostrando que no llevaba bragas, con su carita de niña buena y sus ojos de “no sé lo que va a pasar pero estoy deseando que pase”.

Llegamos a casa, nos pusimos cómodos, nos servimos bebidas y pronto llegó uno de los momentos previamente hablados: el desfile de modelos. M. tenía muchas ganas de probarse alguno de mis vestidos guarros así que ella y yo fuimos a mi dormitorio, elegimos varios de entre toda la colección y… llegó el momento de traspasar esa delgada línea… “¿Te desnudas o te desnudo yo?” “Desnúdame tú”. Subí su camiseta dejando al aire sus pechos, y la saqué por la cabeza. Con un movimiento parecido bajé su falda y M. quedó totalmente desnuda ante mis ojos, por primera vez en los siete u ocho años que hace que somos amigas.

Con la misma tranquilidad, cogimos el primer vestido seleccionado y le ayudé a ponérselo, poniendo cuidado en no rozar su cuerpo demasiado… todavía… Entre risas cómplices salimos al salón, donde L. nos esperaba deseoso de ver el resultado. M. desfiló, se giró, se miró al espejo sonriendo… confesó su extrañeza al verse con esa indumentaria que no sólo insinuaba sino que mostraba descaradamente sus encantos y divertida, pidió probarse otro.

Repetimos la operación cinco, seis veces, cada vez con más risas, con más soltura, con menos cuidado de rozar su cuerpo… con el tercero acaricié suavemente una de sus tetas con excusa de que se salía fuera del escote, con el cuarto me desnudé yo también y me puse mi vestido favorito, aún probamos alguno más, saliendo cada vez a lucirse ante L., que la contemplaba con deseo, lo que a mi me ponía a mil…

L.: Y así, casi sin querer, llegó el momento en el que el deseo prendió la llama. M fue a ponerse el vestido que más deseada la había hecho sentirse y, por qué no decirlo todo, el que más carne impúdica tapaba.

Tras la pertinente vuelta de pasarela con el vestido elegido y el último vistazo al espejo de cuerpo completo para comprobar que sus apreciaciones eran ciertas, la detuve en medio del salón sin dejar que se volviera a sentar.

M abrió los ojos como platos, como viendo venir lo inevitable mientras que a N. se le dibujaba la sonrisa que pone siempre en el momento que tocan arrebato. No solo la paré sino que estratégicamente le coloqué el antifaz y al oído le recordé la gran norma: "si en algún momento quieres parar, recuerda que solo tienes que decirlo".

Acto seguido, comencé a acariciarle los hombros, bajando mis manos por sus brazos y costados hasta la cintura, muy despacio. La verdad es que además de ir tanteando el terreno, intuía que a M esto le ponía mucho.

En cuanto vi el camino seguro, comencé a besar y mordisquear su cuello. Las manos de los costados pasaron al abdomen, a los pechos, a liberar sus tetas del vestido, a subírselo para acariciar su culo y a ver si, como sospechaba, M estaba excitada. Y vaya si lo estaba... 

N.: Vi la expresión satisfecha de L. al comprobar encantado la humedad que resbalaba por los muslos de M. y me acerqué yo también, faltaría más, a comprobarlo.

Luego, obedeciendo una orden de L., M. se sentó en la mesa. No a la mesa, no. En la mesa. En la misma que tantas veces hemos comido juntas, en la misma que hace poco corregía exámenes mientras yo respondía correos del trabajo…en la que ahora mismo escribo este relato… en la mesa.

L. le abrió las piernas y le pidió que se tumbase. Obedeció sin dejar de sonreír y yo me puse a un lado para disfrutar de su sexo expuesto, de cómo la cabeza de L. se acercaba, de su lengua recorriendo sus muslos, acercándose cada vez más al anhelado premio. Vi cómo recorría sus labios, cómo los abría con los dedos dejando a la vista su ya empapado clítoris. M. se dejaba hacer, de vez en cuando se agitaba de placer. Una visión de lo más excitante. Me llevé la mano a la entrepierna, yo también estaba ya remojada. Y sin embargo, faltaba algo.

Fui a por las esposas, las suaves, las de tela, las ideales para una primera vez. Rodeé con una su mano izquierda y la cerré alrededor de su muñeca. Luego rodeé a L., que seguía enterrado entre sus muslos, le acaricié la espalda y alcancé el otro lado de la mesa. Le puse el otro lazo en la mano derecha y sujeté ambos extremos, juntando las manos de M. y alzando sus brazos por encima de su cabeza. Así, mucho mejor.

Durante los siguientes minutos fui testigo privilegiado de cómo L. le hacía una deliciosa comida de coño a M., que con el antifaz, las esposas, los brazos inmovilizados por mi sobre su cabeza y el vestido enroscado en la cintura ofrecía una imagen espectacular. Fui testigo de su disfrute, de su expresión facial, de cómo se mordía el labio, de su cuerpo agitándose y retorciéndose…

No pude evitar acariciarla, primero los brazos, los hombros, el pecho, el abdomen… Tampoco pude evitar besarla, en el cuello, en los hombros, en la comisura de los labios… y la carne es débil, imposible evitar jugar con mi lengua en sus pechos, en sus pezones, sentir esa agitación suya en mi boca.

Poco más tarde L. ayudó a M. a sentarse y retiramos las esposas y el antifaz, expectantes… “¿Qué tal?” “Mmm… bien…” dijo su boca… “quiero más”, dijeron sus ojos brillantes.

Descansamos un ratito, charlando, bebiendo. Y llegó el turno de los juguetes. Esta vez fui yo la que apareció de repente en medio del salón con el antifaz puesto. Oí rumor de pasos, luego silencio, luego de nuevo sentí la presencia de alguien a mi lado, de “dos alguienes” concretamente. Oí un zumbido, una vibración que no conseguía identificar. Y de pronto un roce en mi clítoris, con una intensidad brutal que me provocó un orgasmo en menos de siete segundos!! “¿Qué coño es eso?” pregunté aún jadeando y arrancándome el antifaz. Y entre sus dos caras de divertido estupor, un aparato que hasta entonces sólo había visto en fotos, pero del que había oído hablar mucho y muy bien: la batidora. En mi salón. Brutal.

Lógicamente y tras ver mi reacción, M. quiso probarla. También lógicamente, accedimos a sus deseos. Pero pensamos que su estreno con la juguetería erótica requería más comodidad, así que nos trasladamos a nuestra habitación y nos tumbamos los tres en la cama.

Debo confesar que no recuerdo bien cómo fue la elección de juguetes, si fue de M., de L., al azar… nooo, al azar seguro que no… Habíamos hablado en la semana previa, en esas charlas calenturientas que mantuvimos los tres, acerca de qué juguetes le gustaría probar, cuáles serían más impactantes… supongo que fue entonces cuando se decidió que el primero sería el Womanizer.

M. volvía a estar tumbada con los ojos cerrados, esta vez en medio de nuestra cama, y L. y yo jugábamos con su cuerpo, con el succionador de clítoris a pleno rendimiento, en su sexo, en sus pezones, combinándolo con nuestras manos y nuestras bocas. Y M. disfrutando, retorciéndose. Es la imagen más clara que tengo de esa tarde, la de M. disfrutando, retorciéndose. Primero en la mesa, luego en la cama, luego… mmm… me lo estaba pasando genial y no parecía ser la única.

Después le llegó el turno a la batidora. Con M. no fue tan fulminante como conmigo pero hay que reconocer que su reacción corporal dejó poco espacio a las dudas. Tan pronto como L. acercó el aparato a su coño, M. empezó a retorcerse de placer y cuando finalmente lo separó, abrió los ojos y pidió más.

No hay dos sin tres, está claro. Y el tercero fue la soga. También pedido por M. en su momento y ahora a punto de entrar en acción. Con hábiles movimientos, L. comenzó por inmovilizar las manos de nuestra nueva cómplice de trastadas. Después elevó una de sus piernas y continuó con su diseño hasta completarlo dejando a M. atada de pies y manos, con las piernas abiertas y en el aire, de manera que su sexo quedaba totalmente expuesto a todas nuestras perversas ideas, que fueron unas cuantas.

Ante tal disponibilidad, L. de nuevo disfrutó del sabor de su sexo, acariciando con sus manos y su lengua sus morenos muslos, los labios que se mostraban sin pudor alguno ante nosotros, su botón que palpitaba ante el contacto de su boca. Yo disfrutaba a partes iguales del roce de su piel, de la visión de L. devorando sus jugos y de sus suspiros y gestos de placer.

Luego M. pidió ser desatada y L. soltó sus piernas. Pero antes de liberar sus muñecas me tumbé sobre ella. Y la besé, la besé con deseo, dejándome llevar por el momento, por el aroma de su piel, por sus ganas de probar, de sentir, por la novedad, por la curiosidad… y bajé por su pecho y su abdomen, y llegué yo también a su pubis. Lo lamí golosa, enterrando en ella mi nariz, atenta a cualquier gesto de retirada por su parte. Pero ese gesto no llegó.

Con sus piernas abiertas su cuerpo me invitaba a seguir y yo, obediente, seguí. Con mi boca realicé el recorrido inverso, hasta llegar de nuevo a su boca. Y cuando llegué, con mi cuerpo estirado sobre el suyo, sentí mi sexo apoyado en el suyo. Y decidí probar. Me enrosqué también mi vestido en la cintura, como el suyo. Volví a recostarme sobre ella y empecé a moverme, de forma que nuestros sexos se frotaban uno contra otro. Despacio, muy despacio. Luego un poco más deprisa, con mayor intensidad. Luego me incorporé sin perder el contacto. Cogí su pierna izquierda y la subí. Me acomodé mejor y nuestros coños se encajaron perfectamente.

L., sentado a nuestro lado, contemplaba nuestro roce, escuchaba cómo nuestras humedades también encajaban, y se tocaba excitado. Seguí moviéndome cada vez con más ritmo, disfrutando de ese momento y viendo como M. también disfrutaba, hasta que sentí que podía llegar a correrme. Y no quería, aún no.

Tras unos minutos me separé de su cuerpo. Deshice las ligaduras de sus manos y ví cómo L. se ponía un condón y situaba a M. a cuatro patas, colocándose él a su espalda. Permanecí tumbada hasta estudiar la nueva situación. Y pronto tuve claro cuál era la mejor postura que podía tomar. Tal como estaba repté hasta introducir mi cabeza bajo el cuerpo de M. y así, con sus tetas rebotando en mi cara y con mis manos alcanzando cualquier punto de su cuerpo, tuve una visión excepcional de cómo L. se la follaba. Ufff… qué delicia!

Con cada embestida su cuerpo temblaba sobre mí, con sólo abrir la boca podía apresar sus pezones, veía su cara de placer, si estiraba un brazo alcanzaba a tocar su coño abierto y sentía cada penetración de la polla de L…. no se me ocurría un lugar mejor donde pasar la tarde. Aproveché para tocarme yo también un poco con la otra mano, ¡qué diablos!

Cuando acabaron, salimos de nuevo al salón, a tomar algo, a comentar, ya relajados, sin que los vestidos volvieran a su sitio, ¿para qué? Aún hubo más juego, más besos, más caricias y más risas. Teníamos toda la noche por delante y todas las ganas alrededor… pero era el bautismo oscuro de M. y de momento parecía estar disfrutando con todo así que… ¿por qué no ponerle el broche final al evento?

Sí, decidimos irnos a un local. A su primer local… Y allí, visita a las instalaciones, explicaciones, preguntas, curiosidad… y finalmente copa los tres en la zona de parejas. Creo que M. estaba ya un poco saturada de sensaciones, pero yo no terminaba de ver si quería parar, si quería dejarlo ya, si quería volver a casa… más bien me parecía lo contrario.

Y mi idea se vio reforzada cuando sugerimos pasar a las camas y aceptó a la primera, cuando se dejó desnudar. Se dejó besar. Se dejó acariciar. Aceptó invitar a pasar a un conocido que habíamos visto en la barra y con quien habíamos charlado un rato… y así, su primera incursión en el mundo oscuro finalizó con una cama redonda de cuatro, y con público.

Con ese moreno comiéndole de nuevo el coño, besando toda su anatomía, acariciando sus rincones más recónditos y tumbado sobre ella penetrándola mientras L. me follaba a mi…

Y seguro pasaron más cosas, pero digo yo que para una primera vez no estuvo del todo mal, ¿verdad? De hecho, una preciosa voz femenina, con un acento exótico, asegura desde mi WhatsApp que está deseando repetir… y nosotros también.

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