Con el sexo sí se juega

“¿Te apuestas algo a que este mes el concurso queda desierto?”, se me ocurrió sobre la marcha. Tenía bastantes probabilidades de ganar, visto el movimiento del foro en general y del subforo de relatos en particular. 

Lucas nunca ha podido resistirse a una frase que comience así. Un fugaz brillo atravesó sus ojos. Por supuesto que aceptaba, y el premio ¡cómo no! Iba a ser sexual.

Sellamos el pacto con un dulce beso en los labios y, acariciando mi mejilla, susurró un apenas audible “esta noche hablamos” antes de salir de casa camino al trabajo. Yo me quedé sonriendo, consciente de que hoy el día se le haría algo más llevadero.

Hacia la hora de comer me envió un e-mail. Supe lo que era antes de abrirlo: los detalles de nuestra apuesta. “Apuesto a que no se publicará el primer relato antes del día 10. Si acierto, el día 11 irás sin bragas al trabajo. Si fallo, yo iré sin calzoncillos”. Honestamente, había pensado en algo más… picante. Pero el recurso de las fechas me hizo sospechar, acertadamente como sabría más adelante, que la apuesta iba a dar más juego que ese.

Martes 10 de junio, 12 de la noche. Ni un relato, como era de esperar. Me dio pena, realmente el foro caía en picado pero yo no tenía tiempo para pensar en ello… tenía una apuesta que pagar.

“¿Falda o pantalón?” pregunté a Lucas. Supuse que, como ganador, tenía derecho a elegir. No sabía qué me preocupaba más, si la primera opción o la segunda… “Falda, la gris corta” fue su rápida respuesta. Le atravesé con la mirada, con esa falda no solo tenía que tener cuidado con las rejillas de ventilación del metro, con las ráfagas de aire o al sentarme; también debía cuidar si cruzaba las piernas, o me inclinaba o agachaba, para no dejar toda mi intimidad al descubierto.

Cumplí. Me fui al trabajo con la falda gris corta y sin nada debajo. Y la verdad es que me apañé bastante bien, excepto al subir al autobús cuando la señora de delante frenó en seco y yo retrocedí sin querer hasta la acera, con el consiguiente revuelo de mi faldita. El chico que llevaba a mis espaldas, y que casi se me sube encima, me sujetó hábilmente, sí, por las caderas, y gracias a él no caí. Una situación tan tonta y el sentir las manos masculinas, jóvenes, fuertes y desconocidas, tan cerca de mi sexo, despojado de ropa y libre, me dio un puntito de excitación.

Regresaba a casa satisfecha por haber superado la prueba cuando en mi móvil sonó un WhatsApp. De Lucas, claro. Decía así: “Segunda fase: apuesto a que no se publicará el primer relato antes del día 15. Si acierto, el día 16 tendrás órdenes que no podrás negarte a cumplir. Si fallo, yo seré tu esclavo sexual durante 24 horas”. Órdenes. La última vez que perdí ser su esclava sexual por un día… en fin, eso forma parte de otra historia. Cuando lo recuerdo aún me arden las mejillas y se me acelera el pulso. Acepté.

Tan solo cuatro días después, el 15 a las 12 de la noche, me arrodillé sumisa ante él, esperando mis órdenes. Ni un solo relato. Me maldije a mí misma, sabía que esto iba a ocurrir. ¿Por qué acepté? ¿Por qué no aposté yo primero? ¿Quizás porque ser su esclava durante una noche me pone muy perra? ¿Porque mi corazón latía con fuerza mientras esperaba su mandato con el sexo húmedo de excitación? ¿Porque me ponía cachonda tan solo imaginar lo que su calenturienta mente me estaba preparando? Vale, por todo eso y más cosas.

Sentado ante mí, mi “Amo por un día” me quitó el pijama y, una vez desnuda ante él, acarició mis tetas y susurró “cómemela”. Incliné la cabeza y le apresé entre mis labios. Humedecí su polla recorriéndola con mi lengua y me la metí en la boca, comenzando a chuparla muy despacio. Él echó la cabeza hacia atrás, gimió profundamente y no tardó en sacarla para correrse echándome toda su leche por encima.

Sabía que, además de mi mamada, las ideas que alborotaban su cabeza, pensando en lo que me ordenaría al día siguiente, habrían contribuido para que alcanzara tan rápidamente el clímax. Como si adivinara mis pensamientos me tomó por la barbilla, me besó abarcando con su boca toda la mía y sonriendo dijo “Ahora a dormir; mañana, más”.

Al día siguiente cuando me levanté ya se había ido, como todos los lunes. Encontré una nota junto a la cafetera: “Pasa buen día. No hagas planes a partir de las 17 h. Eres solo mía”.

Hecha un manojo de nervios me duché y desayuné, en espera de llamadas, mensajes o algo que me indicara los pasos a seguir. Nada. Me fui al trabajo y seguí con mis tareas cotidianas, o al menos lo intenté. El día fue transcurriendo sin demasiadas complicaciones, al menos aparentemente.

Dentro de mi cerebro las imágenes se agolpaban. Las 17 h. ¿Qué iba a ocurrir a esa hora? ¿Aparecería por casa, me pediría que fuera a buscarle, que hiciera algo, que le enviara fotos, que tuviera cibersexo con un extraño, que me montara un gang bang en medio del Retiro…? Con cada pensamiento mi ánimo variaba, pasando del enfado más monumental a la espera más dulce y húmeda.

Menos mal que pude salir pronto e irme a casa a comer. En esa hora tonta de la sobremesa sentí unos deseos incontenibles de calmar mi ansiedad, me tumbé en la cama y comencé a acariciarme. Entonces me sentí mal. Se supone que hoy era su esclava todo el día, no podía proporcionarme placer a mí misma sin su consentimiento… Ni corta ni perezosa le escribí: “Estoy muy cachonda. ¿Qué me tienes preparado? ¿Me das al menos una pista? Algo tendré que hacer para sobrellevar este calentón con dignidad”.

Tardó un poco en responder, lo hizo con un “Puedes tocarte. Mándame alguna foto, pero prohibido correrte… aún”. No sabía si era peor no poder masturbarme o tener que hacerlo sin llegar al final. En fin, órdenes que no podía desobedecer… Conecté el disparador del móvil y lo situé en la mesilla, enfocándome. Luego me tumbé, dejé mis manos explorar mi cuerpo, sentí mis pezones endurecer al contacto con mis dedos y empecé a hacerme un dedo, disparando de vez en cuando la cámara del móvil. Cumpliendo, muy a mi pesar, sus limitaciones, le envié las fotos. Supuse que se le habría puesto muy dura imaginando esa situación.

Al menos el tiempo había pasado. Pronto tendría que empezar a arreglarme para lo que sea que fuese a pasar a las cinco. Llegó un nuevo mensaje. Contenía el nombre de un hotel cercano y un número – probablemente de una habitación. ¿Y? ¿Cuáles se suponía que eran mis órdenes? Sabía que no me lo diría pero necesitaba algo de información. Lo intenté de nuevo, con un mensaje escueto, solo tres palabras. “¿Qué me pongo?”. Su respuesta fue más corta aún, una palabra: “Cómoda”. ¿Cómoda? ¿Me cita en un hotel para llevar a cabo a saber qué planes perversos y me dice que me ponga cómoda? Tanta libertad en una esclava no podía presagiar nada bueno.

Pero le hice caso. Me puse un vestido veraniego y unas sandalias y salí hacia el hotel, cuya recepción atravesé exactamente a las 16,50 h. Pedí la llave de la habitación, subí, abrí la puerta expectante. La habitación, pequeña pero acogedora, estaba en penumbra. Encima de la cama había una bolsa de deporte y otra nota: “Ponte todo lo que hay en esta bolsa y túmbate en la cama, boca arriba, con las manos por encima de la cabeza. No toques nada más.”

Me lo puse. Todo. Los zapatos de tacón de aguja, el cinturón de látex, el antifaz, las esposas y las bolas chinas. Y me tumbé a esperar en la oscuridad. Pronto escuché un click en la puerta, seguido de un leve rumor de pasos. Comenzó a sonar una suave música y a partir de ese momento no pude escuchar nada más.

Tampoco podía ver así que me concentré en las sensaciones que mi piel me transmitía. Unas manos que me acariciaban, que a veces me parecían más de dos, unos labios que me besaban, un cuerpo que se rozaba contra el mío, erizándome la piel a su contacto…

Hubo un momento en que sí fui capaz de percibir un sonido, el de una agitada respiración junto a mi oreja, acompañada de un cálido aliento que todavía me puso más burra. Luego pude constatar que, efectivamente, eran dos los cuerpos que me poseían. Dos cuerpos masculinos. Actuaban con tal sincronización que sólo estuve segura cuando una polla se abrió camino en mi sexo mientras otra me penetraba la boca.

Como buena esclava me dejé llevar. Me limité a corresponder a besos y caricias, a lamer, chupar y sentir. Esas bocas, esos miembros, que me permitieron llegar al orgasmo de forma salvaje antes de llegar ellos mismos e inundarme de placer.

No sabía cuánto tiempo había transcurrido. Aquella jornada de sexo tan satisfactorio como agotador se prolongó durante lo que me parecieron muchas horas. Mi cuerpo sudaba y temblaba. Me poseyeron de formas inimaginables en silencio, amortiguado todo sonido con la música que no cesaba de sonar, en la oscuridad de mi antifaz.

Finalmente me dormí. Cuando desperté estaba sola. Desnuda sobre la cama. Aún con los zapatos de tacón pero sin ningún otro complemento ni juguete sobre mi cuerpo ni en su interior. En la mesilla, otra nota, ¡una más! Breve: “Fantástico. Te espero en casa. Besos.”

Tras comprobar en el reloj que ya había terminado mi jornada de esclavitud me duché, me vestí y regresé a casa. Menos mal que libraba, eran casi las once de la mañana. Por supuesto Lucas se había ido ya al trabajo. Encendí el ordenador. Entré al foro. Ni un mísero relato. Pensé en escribir a Lucas y adelantarme a él por una vez. A estas alturas ya contaba con que el concurso quedaría desierto. Ni siquiera yo había escrito el mío.

Un aviso de correo se iluminó en mi pantalla. Lo abrí. Remite: Lucas Asunto: ¿Aún quieres apostar? Contenido: Me apuesto a que te organizo un bukake con 12 desconocidos si no has publicado tu relato antes del día 20 a las doce de la noche :-P Por supuesto, si ganas haremos lo que tú quieras toda la noche...

Día 20, las 23:57... me da para una frase más... Casi, casi, me pilla el toro.

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