Demasiado diferentes

10 de mayo 2014 

Querido Diario, son las cinco de la mañana y acabo de liarla parda...No sé cómo se me ha podido ir tanto la cosa de las manos pero ahora ya no hay vuelta atrás.

Llego ahora del club y... buffff, creo que estoy en el paro. Imposible dormir así que voy a ver si me desahogo contigo, y así, de paso, cuando me lea mañana, sabré que no lo he soñado.

Verás... Estaba en la barra, como tantas otras noches, tomando un gin tonic. Charlaba con el dueño, le comentaba lo poco que me inspira a mí esto de los disfraces y él se reía viendo cómo me probaba una más de sus muchas máscaras y esperando que, por fin, me decidiera. "Para no desentonar", decía. "Que no, que no me veo, a ver con la gorra de capitán general... no, tampoco...".

Llamaron a la puerta y me dejó para ir a abrir. Allí sola con mis comeduras de tarro. "El antifaz, al final me planto el antifaz y listo. Odio disfrazarme. No tenía que haber venido."

Me sacó de mis pensamientos una voz familiar, un acento conocido. Con disimulo, sin moverme, miré al espejo de la pared. ¡¡¡¡Nooooo, no podía ser él!!! Casi me caigo del taburete al verle. Me tapé el rostro como pude ¡bendito antifaz! y me escabullí hacia el interior del local, casi reptando. Tenía cinco minutos, mientras dejaban los abrigos y pedían bebidas, para huir."¡Piensa, piensa!" 

De pronto, una mano se posó en mi hombro. Se me paró el corazón y vi pasar mi vida ante mis ojos... bueno, no tanto pero casi me muero del susto. "¿Dónde te metes? ¿Al final solo el antifaz, no? ¡Ya te vale! Joder, estás temblando, ¿qué te pasa? ¿te encuentras bien?" "No, para nada. Esa pareja que acaba de entrar..." "Son nuevos, voy a enseñarles el local. Guiris. Oye ¿tú no hablabas inglés? Échame una mano, anda. Bueno, ahora cuando vuelvas a respirar... " "Va a ser que no. A ella no la conozco pero a él sí. Es mi jefe. ÉL." "¿¿¿ÉL??? ¿El 'demasiado joven, demasiado alto, demasiado americano, demasiado guapo y demasiado jefe' que llevas meses deseando tirarte? Nenaaaaa, ¡es tu oportunidad!" "El mismo. Y son demasiados 'demasiado' como para tirármelo ¿no crees? Y encima hoy, 'demasiado acompañado'..." suspiré resignada. "Venga, sé bueno y traeme mis cosas que me escapo mientras te los llevas a lo oscurito".

Salió y regresó en unos minutos. Pero en lugar de con mi bolso, con una sonrisa de oreja a oreja y una máscara BDSM de esas que te tapan toda la cara y te hacen parecer Batman. "Te encontré disfraz". Y antes de darme tiempo a estallar me lo encasquetó mientras decía "Tómate tranquila tu gin tonic. Si te estás calladita no puede reconocerte".

Tenía razón, allí sentada en la oscuridad con la máscara, el sexy vestido, los tacones... nada que ver con mi apariencia en el trabajo desde luego. Así que me quedé quieta y callada, disfrutando de mi copa. Hundida en el sofá y dándoles la espalda les vi pasar a los tres en su visita guiada por las instalaciones. Y luego desaparecieron y pude empezar a relajarme. Rechacé un par de invitaciones a charlar (y probablemente "lo que surja") y una vez restablecido mi ritmo cardiaco me aventuré a espiar tras las cortinas.

Estaban sentados hablando. En inglés, of course. Él tan alto, tan guapo y tan joven como siempre. Y tan jefe. Me gustaba mucho, cierto. Pero, aunque podía pasar por alto la diferencia de edad, de altura y de idioma... era mi superior y eso sí que era insalvable. Una lástima, de verdad. En fin, acabaría el gin tonic y me iría. Es lo mejor que podía hacer, dadas las circunstancias.

Me senté nuevamente. En las camas de enfrente se había metido una pareja y les contemplé viciosa. Ella me hizo un gesto y me preguntó si me apetecía unirme. De nuevo decliné su invitación, en un susurro. Y cuando la situación estaba de nuevo bajo control, me sentía a salvo y podía retirarme tranquilamente y sin llamar la atención ¡aparecieron los dos comiéndose la boca como si no hubiera un mañana! Con tal ansia y tal ímpetu que casi se me caen encima.

Azorados, me pidieron disculpas y de pronto se me quedaron mirando, se cogieron de la mano y volvieron por donde habían venido, cuchicheando entre ellos. ¡Oh no! ¿Me habría reconocido? Parecía altamente improbable pero ¿y si se había percatado de que bajo esa máscara estaba su 'demasiado baja, demasiado sosa, demasiado mayor, demasiado secretaria'? Tarde me di cuenta de que lo que había captado su atención no era yo, sino mi máscara. Era su primera visita al local y probablemente desconocían la temática de la noche. Así que eran los únicos que no llevaban disfraz. Pero al verme a mí se ve que decidieron sacar un par de cositas que llevaban en el bolso y que, seguramente no se habían atrevido a ponerse antes de saber si resultaban adecuadas.

Lo confieso, querido diario, ver aparecer a mi 'demasiado Mr. Connors' con su collar de perro fue lo que, definitivamente, me hizo olvidar la idea de irme a casa. Estaba sexy, muy sexy, con la camisa abierta, mostrando su depilado torso, y las manos a la espalda, en una actitud dócil tan diferente de su arrogancia habitual. Recuperé mi puesto privilegiado y, sin ningún pudor, les observé.

No era la primera vez que presenciaba una sesión de dominación en un pub pero esta vez era tan diferente que no podía dejar de esbozar una sonrisa de satisfacción con cada orden que ella daba y él, sumiso, obedecía. Por supuesto su Ama se daba cuenta y no apartaba de mí su mirada, como dedicándome los mejores momentos de la performance.

Finalmente, sujetando la correa con mano firme, se acercaron a mí. De nuevo pensé escapar, pero Mr. Connors, como buen sumiso, mantenía baja su mirada. Me tendió la mano con la que no sujetaba la correa. Y me pudo la curiosidad. Apenas rozando sus largos dedos me puse en pie y me dejé guiar hasta un reservado, acompañadas claro está de su devoto esclavo.

Una vez dentro, ambas nos sentamos en la cama y el Ama hizo arrodillarse al sumiso a mis pies, con la cabeza baja. Pude contemplar ¡atónita! cómo ÉL, mi jefe, delicadamente acariciaba mis pies, me despojaba de mis zapatos y besaba mis dedos uno a uno. Una oleada de placer me recorrió por todo el cuerpo. Después ella le hizo una señal y Mr. Connors, tímidamente, subió una mano a lo largo de mi pierna hasta alcanzar mi entrepierna.

Entendí que esperaba mi reacción antes de intentar desnudarme. Por supuesto me apetecía un montón. Ya había superado esa fase de “¿cómo voy a mirarle mañana a los ojos?” así que gemí dulcemente, mostrando aprobación, y permití el avance de su mano hasta el borde de mi tanga. El Ama pidió que me lamiese, orden que él, solícito, obedeció. Y su lengua se deslizó por mis piernas, mis caderas y mi ombligo, para luego bajar de nuevo hacia mis ingles. El cosquilleo de su nariz en mi piel era algo que jamás hubiera podido imaginar.

Me estremecí de gusto, gesto que ambos debieron interpretar como permiso para ir un poco más lejos. Tomó los bordes de mi tanga con los dedos y tiró hacia abajo, muy despacio, erizando todos y cada uno de los poros de mi piel. Tras sacar la prenda por los pies, Mr. Connors colocó ambas manos en mis caderas y se hundió en mi tibia desnudez. En ese momento dejó de ser Mr. Connors, mi jefe, mi superior…

Miré al Ama a los ojos y comprendí que, por unos momentos, me permitía compartir a su sumiso, o al menos disfrutar de él. Enredé mis dedos en su pelo y moví su cabeza hacia arriba y abajo hasta encontrar el ritmo que más me satisfacía. Por un instante, él retiró la cabeza, probablemente para acomodarse mejor. No sé si el gesto fue interpretado por su Ama como algún tipo de resistencia que precisaba de un correctivo, o cual fue el motivo pero de pronto el semblante femenino se tornó serio.

Mientras él continuaba jugando con su lengua en mi clítoris y yo disfrutando placenteramente de la situación, ella se levantó y la vi situarse detrás de él con algo en la mano. Sin dejar de proporcionarme placer elevó las caderas. Su lengua se hundió en mi sexo al mismo tiempo que el chasquido resonaba en toda la habitación.

Alcé los ojos y pude contemplarla, fusta en mano, junto a las tensas piernas de él. Nunca lo hubiera imaginado, no soy ninguna sádica ni nada parecido, pero con cada golpe él se afanaba más en su tarea y mi placer aumentaba. Sin embargo me sentía culpable y supe que iba a ser incapaz de alcanzar el orgasmo en aquella situación así es que me incorporé y le separé de mí. Error. Ella lo entendió como que no estaba a gusto y, ni corta ni perezosa, me entregó la fusta para que continuara yo, si así lo deseaba, con el castigo.

¡A ver, ponte en mi lugar! Tienes a tu jefe, desnudo delante de ti, con el culo en pompa. Tú fusta en mano. Y aquello no va a tener consecuencias, y lo sabes. ¡Uffff! ¡Qué dura batalla interior! Tardé al menos veinte segundos en tomar una decisión. Agarré la fusta, miré al Ama a los ojos. Ella sonrió aprobadora. Alcé la mano. Descargué el golpe. ¡Zas! ¡¡¡Dios mío, qué he hecho!!!! Él ni se movió. Parecía esperar el segundo. Ella seguía sonriendo. ¡Zas! “¡Oh, no! Si sigo podría llegar a cogerle el gusto. Pero no me parece justo. No, no lo es.”, pensé. Le devolví la fusta.

Ella parecía sorprendida pero la tomó y la depositó junto a nosotros, en la cama. Luego se me quedó mirando, pendiente de lo que yo quería hacer ahora. Lo tuve claro. Les mostré un condón, él la miró a ella, ella asintió. Entonces, sin palabras, indiqué al sumiso que se tumbara en la cama y me senté sobre él. Tomé con ambas manos su polla y le masturbé, mientras el Ama pellizcaba y retorcía sus pezones.

No hizo falta mucho tiempo para conseguir una buena erección. Y una vez conseguida le puse el condón, levanté las caderas y volví a sentarme, esta vez penetrándome con su polla. Cabalgué con fuerza, con sus manos en mi cintura acompañando mi ritmo. Llevé ambas manos a su cuello, él se incorporó quedando sentado, sin dejar de moverme. Mis tetas subían y bajaban restregando su cara. Él sacaba la lengua y la frotaba contra mis pezones. Bajó las manos a mis nalgas y yo seguí cabalgando hasta que finalmente me corrí entre alaridos. Al poco, él también se dejó ir, derramándose en mi interior en silencio.

Me levanté y fue como si de pronto recordara que no quería ser reconocida. Me despedí de ella con una sonrisa y salí del reservado sin siquiera mirarle a él. No es mi estilo, pero creo que la ocasión lo requería. Pedí mis cosas y me despedí apresuradamente del dueño del local, cuya sonrisa curiosa dejé sin respuestas.

Y aquí estoy, espantada ante la perspectiva de que llegue el lunes.

12 de mayo 2014

Querido Diario, Mr. Connors me ha convocado a una reunión mañana por la mañana a primera hora. En su despacho. Nadie más ha recibido la convocatoria. Nota mental: actualizar CV en Infojobs.

13 de mayo 2014

Querido Diario, hace una hora y media salí de mi reunión. Efectivamente fue una reunión privada. Resumiendo: Mr. Connors me hizo entrega de un sobre en el que supuse estaba mi carta de despido. Me extrañó su actitud al dármelo, con la mirada fija en el suelo. Como no se movía y parecía esperar, lo abrí. Tengo una fusta nueva.

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