Galicia húmeda

Y después de muchísimo tiempo sin publicar nada... he abierto el baúl y todavía tenía relatos sin colgar. Así que ahí va otro. ¡A disfrutarlo!


Les conocimos lejos de su tierra; estábamos de vacaciones en aquel camping nudista de Murcia cuando anunciaron el concierto de un grupo amateur que actuaría allí mismo, en el chiringuito junto a la playa. Me gusta demasiado la música gallega como para perdérmelo.

Media hora antes de la actuación ya estábamos sentados en primera línea, cervecita en mano observando los preparativos. Por supuesto, en cueros, como todo el mundo por allí excepto los músicos y los camareros. No es que fuese la primera vez que escuchaba música desnuda, claro. Pero sí en directo. Para ellos sospecho que sí, que tal vez era su primer concierto ante un público “tan natural”. Más que nada por las bromas que hicieron en torno al tema antes de empezar a tocar y que se me antojaron ejercicios de relajación y liberación de tensiones previas al evento.

Sonaron por fin los primeros acordes y supe que iba a ser una noche especial. La brisa marina acariciaba mi piel desnuda al son de gaitas, flautas y violines. Con la visión y el rumor del mar de fondo era fácil dejarse transportar así que cuando quise darme cuenta la noche había caído y las canciones de aires celtas seguían endulzando mis oídos bajo la luna y las estrellas.

Al terminar el espectáculo me acerqué al escenario para felicitar a los músicos y comentarles cuánto me había gustado. Pronto entablamos con ellos una animada conversación. El sonido de su acento, tan musical como sus temas, me trajo recuerdos de los veranos de mi adolescencia, de aquellos primeros besos en las playas de Sangenjo, de los prados verdes y húmedos bajo mi piel al retozar con aquel moreno coruñes... tantas veces en Galicia, tantos buenos recuerdos y ahora tanto tiempo sin volver... Ya con todo recogido, nos despedimos del grupo y nos giramos para volver a nuestra caravana.

Solo había caminado un par de metros cuando, aún reticente a abandonar el lugar, se me ocurrió volver para preguntarles si tenían página web. Deshice el camino andado y pregunté al gaitero.

- "Sí, claro... Mira, es: www..."
- "Espera, es mejor que la anote, la memoria no es mi fuerte. ¿Tienes un boli?"
- "Claro, toma... eeee... lo que no tengo es papel..."
- "No importa, aquí mismo", sonreí pícara mientras, bromeando, señalaba mi pecho desnudo. Tarde me di cuenta de que no había pillado el tono jocoso de mi afirmación. El rubor cubrió sus mejillas cuando le alcancé una servilleta "toma, mejor usa esto... quiero decir para anotarme la página". Sin poder evitarlo, ambos estallamos en una carcajada.

Recogí el papel con la dirección. Él sonrió y dijo "Ahora no tenéis excusa para no volver a vernos en otro concierto. Tocamos en agosto en Lugo, avisad si vais a ir y os hacemos de anfitriones, si queréis claro", mientras decía esto último atrajo a la cantante hacia él, abrazándola por la cintura, y la besó en la punta de la nariz. Formaban una curiosa pareja. Él grande, moreno, con el pelo largo recogido en una coleta y ella rubia, menuda y un aire tímido que desde luego desaparecía cuando cantaba. "Os avisaremos, seguro. De aquí poco os podemos enseñar, solo hay camping y playa, si os apetece dar una vuelta... solo tenéis que desnudaros", reí divertida.

"Ojalá" dijo ella, mirándome fijamente y sonriendo tanto con la boca como con los ojos,  "pero me temo que tenemos un largo viaje por delante. Nos veremos y daremos ese paseo… o lo que surja". Guiñó el ojo, se dieron la vuelta y se unieron al resto del grupo. Nosotros nos fuimos a la caravana paseando despacio. Por el camino, cayó la inevitable pregunta:

- "¿Crees que son swingers?"
- "No diría yo que no".
- " Coño, ¡pareces gallega! Te gustaría que lo fueran ¿eh, cochina? Jajajaja".

Entramos en la caravana y me abalancé sobre mi chico nada más cerrar la puerta, comiéndole la boca y riendo.

- "Pues sí, me encantaría. Y a ti también... no le quitabas el ojo a la rubita... pese a ser la única mujer con ropa a tu alrededor".

Me giró atrapándome contra la puerta. "Y a ti, sé que él te ha gustado. He visto en tus ojos ESA mirada... dime cómo te lo follarías... cómo lo harás la próxima vez que os veáis" preguntó sujetándome por las muñecas contra la pared. Mientras él recorría a besos mi cuello y mis pechos, le relaté cómo me gustaría haber ido con ellos a la playa, habernos escondido entre las dunas y haberle pedido que me poseyera mientras les veía también follar a ellos dos. Imaginar aquella escena y sentir su lengua en mi sexo al mismo tiempo me puso tan cachonda que no tardé en alcanzar el orgasmo.

Acabó el verano, o al menos las vacaciones. Se acercaba la fecha del concierto y la imagen del gaitero no desaparecía de mis sueños ni de las fantasías que nos susurrábamos al oído en nuestros juegos morbosos.

Una noche entré en la web, como ya había hecho muchas otras noches. La música empezó a sonar encandilándome de tal manera que no noté que mi chico se acercaba hasta que sonaron sus palabras "sería una pena no escucharles en un entorno más adecuado". Pese a su suavidad, me sobresalté; no sé si por lo inesperado de la voz o del mensaje. Se sentó a mi lado, me quitó el ratón y diez minutos después teníamos las entradas.

El viernes llegamos a Lugo. Con el tiempo justo para ducharnos, cambiarnos y asistir al concierto.

Se me erizó la piel cuando les vi subir al pequeño escenario. Sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal al sonar la gaita. Mantuve el estado de excitación durante la hora y media que estuvieron tocando. Me encantó, me fascinó, flipé... Más aún cuando, al acabar, mi chico apareció con el gaitero y la cantante y ambos me saludaron efusivamente.

- "Pensé que no nos recordaríais".
- "No podría olvidar tus... aplausos en Murcia" contestó con un gesto divertido. "Y tampoco que tenemos cosas pendientes. ¿Os quedáis todo el fin de semana, verdad? En dos días se pueden hacer muchas cosas en Lugo y por los alrededores". Acabó su frase con un suave pellizco en mi mejilla.

Al día siguiente vinieron al hotel a buscarnos. Mientras desayunábamos nos hablaron de una playa preciosa que había que ver sí o sí, de una zona de tapas y vinos, de las casas de "noséqué"... lo dicho, la memoria no es mi fuerte.  Cuando terminábamos empezó a llover. Ya contábamos con que eso podía pasar, claro, ¡en Galicia! Decidí subir en un momento a por el paraguas. Se quedaron esperando abajo aunque, a juzgar por el brillo en los ojos de mi chico, dudé si realmente era una buena idea dejarles allí a los tres solos. 

Ya que estaba en la habitación, pasé por el baño y cuando salí me los encontré a los tres dentro de la habitación. Estaban pensando en esperar un poco a ver si la lluvia amainaba, dijeron, para disfrutar mejor de la excursión, claro. En un instante me olvidé de la playa, del barrio, de los vinos y de que estaba en Galicia. Solo podía atender a la penetrante mirada de ese gallego, al que ansiaba arrancar la ropa.

Me quedé plantada en medio del dormitorio. Él miró a mi chico, yo miré a su chica. Y ante alguna señal imperceptible del universo o algo así, el moreno se acercó despacio y me besó abarcando toda mi boca con la suya. Desabrochó pacientemente los botones de mi blusa, deslizó los tirantes de mi sujetador y me tumbó en la cama sin separar sus labios de mi cuerpo.

Vi de reojo como la rubita era también despojada de su ropa y tumbada a mi lado en la cama. Entonces el músico se levantó un momento y buscó algo en el bolsillo de su chaqueta. Le miré intrigada pero algo distrajo mi atención antes de poder averiguar qué estaba haciendo. Ella alargó la mano para acariciarme mientras sus bragas recorrían sus finas piernas y salían rozando apenas sus tobillos. Entonces empezó a sonar música. La suya. La del camping, la del concierto de la noche anterior.

Tumbada al lado de la rubia y mi chico, disfruté viéndoles besarse, abrazarse, rodar sobre la cama con las piernas entrelazadas. Palpé la humedad bajo mi tanga ante la sonrisa del moreno, que se quitó lentamente la camiseta, quedando en vaqueros. Nos contempló unos minutos y antes de volver a nuestro lado abrió la ventana y la luz y el aire húmedo de Galicia invadieron la estancia.

Ella gimió, con la cabeza de mi chico en su entrepierna. Gateé hasta encontrar su boca pero unas manos fuertes y masculinas asieron mis caderas y me desplazaron hacia atrás. Se tumbó sobre mí clavando su sexo en mi muslo. Me mordió el cuello, lamió mi espalda desde la nuca hasta la raja de mi culo. Y luego me giró sujetándome las manos. Bajó la lengua a lo largo de mi clavícula, pasó a mi pecho y mordió con sus labios mis erectos pezones. El sonido de la gaita sofocó mi grito de placer. Agarrando su melena le incorporé y quedó de pie ante mí. Despacio bajé su ropa, su miembro se irguió ante mi boca. Lo recorrí en toda su longitud con los labios, golpeé su capullo con la punta de la lengua y me lo introduje en la boca, saboreando ¡por fin! al protagonista de mis sueños húmedos.

Cuando vi que estaba listo me levanté y le tumbé a él sobre la espalda. Me subí a horcajadas y yo misma me metí entera su polla. Él jadeó, agarró mis nalgas con las dos manos y me ayudó a cabalgar sobre él. La cara de su chica apareció a mi lado, sacudiéndose rítmicamente con mi chico detrás de ella, embistiéndola. Me incliné a morrearla y nuestros movimientos se sincronizaron. Vi su cara de placer cuando alcanzó el orgasmo, escasos segundos antes de oir el profundo gruñido de mi chico al correrse en ella. No pude aguantar más y grité aullando pidiéndole al gallego más. Él empezó a moverse frenéticamente debajo de mi y pronto sus piernas se arquearon y sentí su polla estallar en mi interior. Mi cuerpo se aplastó contra el suyo y un violento espasmo me sacudió varias veces. Me quedé abrazada a él, agotada y sudorosa, como su propio cuerpo.

Poco más que contar. No salimos de la habitación en todo el día. Nos quedamos sin ver la famosa playa, ni las casas esas tan bonitas; con lo bien que se come en Galicia solo nos saboreamos a nosotros mismos y, de todos los tópicos que se cuentan sobre "as terras galegas" el único que pude constatar ese fin de semana es que había humedad, mucha humedad, una deliciosa y acogedora humedad que a día de hoy me hace sentir morriña y desear, ya, volver.

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