Return to innocence

Esto nos pasó hace años. Cuando para nosotros el mundo liberal aún era una pequeña ranura por la que nos asomábamos con más miedo que curiosidad. Aquella noche salimos a cenar con una pareja de amigos. Nos tocaba elegir sitio y decidimos reservar en un restaurante erótico, pues unos días antes nos habían comentado que no conocían ninguno. Antes de entrar, mi amiga me hizo prometer solemnemente que no permitiría que la sacaran al escenario por nada del mundo. Lo hice. ¡Una amiga es una amiga!

El restaurante no estaba muy lleno. Un par de parejas, una mesa con cuatro o cinco chicas, seguramente de despedida de soltera o de cumpleaños, y nosotros. La cena transcurrió de forma tranquila y agradable. Desde el principio me fijé en el camarero que nos atendía. Alto, moreno, delgado, con rasgos muy exóticos. Me gustó su voz al inclinarse sobre mí para ver la carta y explicarme los diferentes platos. Olía a una mezcla de madera e incienso y sus ojos eran negros y profundos. Vi que Lucas se percataba de mi forma de mirarle y, lejos de parecer disgustado, me dio la sensación de que eso le complacía.


Estábamos ya con los postres cuando anunciaron que comenzaba el espectáculo. Primero fue una stripper la que actuó. Mi amiga y yo disfrutamos de lo lindo con las caras que ponían nuestros respectivos al ver a ese bellezón menear el culo. Hasta que la bailarina se acercó y sacó a nuestro amigo al escenario. Entonces su chica se puso alerta pero la situación fue más graciosa que morbosa, ella bailaba y se contoneaba sujetando las manos del chico y simulando que le acariciaba por todo el cuerpo sin que hubiese contacto en ningún momento, con lo que poco a poco todos nos fuimos relajándonos y disfrutamos mucho hasta el final del numerito.


Nos tocaba a las mujeres. Anunciaron el nombre del chico que nos deleitaría con sus contoneos. Mis plegarias habían sido escuchadas y era él, el guapo camarero, quien iniciaba su sensual baile entre grititos de voces femeninas. Apoyé los codos en la mesa y disfruté de tan agradable visión. Dicen que las casualidades no existen pero esa noche el azar quiso que el bailarín se presentara ante mis ojos al son de un grupo musical que, de siempre, me ha resultado tremendamente erótico.


Enigma sonaba en mis oídos y él, cimbreándose ante mis ojos, iba despojándose de su escasa indumentaria, ayudándose de algunas de las chicas presentes, a las que invitaba de una en una a subir al escenario. El calor invadía mi cuerpo, y juro que esta vez no era el vino. Pero como de los mejores sueños, desperté en un sobresalto. El bailarín se dirigía directamente a nuestra mesa y ofrecía su mano a mi aterrorizada amiga, que me pateaba sin piedad por debajo del mantel, ruborizada hasta las orejas. Mi instinto me hizo saltar y, agarrando al morenazo por la mano le dije algo así como “salgo yo, que ella es monja”. Ignoro el efecto que causé en mi amiga, en su chico, o en Lucas. Porque en ese momento me engulleron sus ojos negros y me dejé guiar lentamente al escenario, con Principles of Lust, de Enigma, excitando todas mis neuronas.


Me sentó en un taburete colocado en el centro del escenario, tomó mis manos y se dispuso a fingir que le acariciaba, como habían hecho los anteriores “elegidos”. Cerca de su piel, muy cerca, tan cerca que con tan solo doblar uno de mis dedos le rocé ligeramente. Manteniendo mi mirada esbozó una tenue sonrisa y dejó de existir espacio entre mi mano y su torso.


Al contacto con su desnudez mi piel se erizó, mi corazón se aceleró, y mi respiración también. Deslizó mis dedos por su pecho al mismo tiempo que la música se detenía unos instantes y se escuchaban unos profundos jadeos. Había oído esa pieza miles de veces, y esos jadeos. Pero esa noche me sonaron diferentes. Mi propia respiración se acopló perfectamente a su ritmo y todo lo demás dejó de existir, o al menos dejó de importarme. Se inclinó sobre mí y fingió besarme. Me pregunto si sería consciente de cuánto deseaba yo que lo hiciera… Continuó con su baile, para delicia de todo el público. Giraba a mi alrededor de forma sensual, cortejándome, como si hiciera falta…


Llegaba el momento de quitarse el pantalón. Se colocó delante de mí y sonriendo con picardía tiró de la prenda. Entonces se volteó, dándome la espalda. Y tuve ocasión de ver también su apretado culo. Dio dos pasos atrás y me pidió en un susurro que abriera las piernas, entre las cuales se acomodó sin dejar de moverse. Me pidió que le diera ambas manos y de nuevo, a un centímetro de su cuerpo, hizo como si yo tocara su sexo. La gente reía, gritaba… yo pensaba ¡envidiosas! mientras luchaba conmigo misma para ver si de nuevo dejaba escapar un dedo y le rozaba de nuevo.


No tuve oportunidad. Él cogió una capa que había en la mesita junto al taburete y, todavía bailando, me hizo ponerme de pie y luego agacharme a sus pies. Y nos tapó. Hasta el suelo. Él quedó cubierto de cintura para abajo. Yo desaparecí de la vista del público.


Me encontré sola, con la música de Enigma, a salvo de miradas curiosas, con el paquete de semejante hombre a la altura de mi boca y… la carne es débil. No pude evitarlo. Por encima del tanga, pero apoyé mi boca en su miembro. Inmediatamente pensé que había cometido un error. Que aquello era un espectáculo, un baile, su trabajo… Pero su reacción me confundió aún más. Lejos de separarse, de incorporarme o quitar la capa, se frotó contra mi nariz mimoso. Le mordí con los labios, suavemente, agarrando sus nalgas. Él bailaba. El público reía, por lo que deduje que estaría haciendo gestos que la gente, incluidos mi chico y nuestros amigos, interpretarían como falsos. Sólo él y yo sabíamos lo que realmente estaba ocurriendo.


Sonaba Return to Innocence… nada menos cierto en aquel momento. Me sentía de todo menos inocente. Imágenes lujuriosas invadían mi mente al ritmo de Enigma. ¡Vive Dios que hasta esa noche no era consciente de mi propia capacidad de autocontrol! Le hubiera besado, comido, lamido y chupado sin miramientos, allí protegida bajo aquella capa. No me importaba nada más, ni lo que pensarían Lucas y nuestros amigos, ni que me echaran del restaurante… pero el espectáculo debía continuar.

Me separé con los últimos acordes. Él retiró la capa, me ayudó a incorporarme y me acompañó hasta la mesa, despidiéndose con un caballeroso beso en el dorso de mi mano y una nada caballerosa mirada lasciva en sus profundos ojos negros.

Me di cuenta de que el tiempo no había transcurrido igual fuera del cobijo de la capa que dentro. Mis amigos sonreían, divertidos por la situación, la gente coreaba al moreno y otra chica subía al escenario para continuar la actuación. Sólo Lucas me miraba con curiosidad. Sólo él sabía que tal vez, solo tal vez, bajo esa capa había ocurrido algo que después le contaría. Sólo él era consciente del rubor de mis mejillas, de mi respiración agitada, de mi turbación que únicamente podía ser indicativa del grado de excitación del que acababa de salir. Le guiñé un ojo y le sonreí. Mis labios dibujaron un “luego te cuento”. Él también sonrió y continuamos disfrutando de la velada.

Mi amiga me agradeció profundamente mi gesto, su chico reía diciendo que no parecía haberlo pasado tan mal, yo disimulaba preguntándome cual adolescente que acaba de perder su virginidad si “los demás me notarían algo”. Aunque el aroma del bailarín aún persistía en mi olfato y sentía todavía sus ojos negros clavados en mí, ahora sí que, poco a poco, me sentía volver a la inocencia. Al menos físicamente.

Durante el resto del espectáculo, y de la cena, no podía evitar estremecerme cada vez que recordaba lo ocurrido. Sentía la humedad en mis bragas, el contacto de la blusa con mis pezones erectos, al recordar la dureza debajo de su tanga, la suavidad de sus pectorales y sus nalgas… y la divertida mirada de Lucas, que debía estar deseando salir de allí para saber de una vez lo que había pasado. Sonaba ahora el “Mea culpa”, pero yo no me sentía culpable. En absoluto.

Cuando acabamos de cenar, mientras esperábamos la cuenta, el camarero se acercó a nuestra mesa y sonriente, preguntó si todo estaba bien, si nos había gustado la cena, si nos faltaba algo… ¡si nos faltaba algo!. Respondimos los cuatro muy satisfechos y entonces él se agachó a mi lado y depositó algo en mi mano, susurrando las palabras “un pequeño recuerdo”. Sorprendida, agradecí con una sonrisa, mientras se levantaba y se iba. Al abrir la mano, un pequeño incensario de madera tallada, oscuro como su piel, como sus ojos. No lo necesitaba. Han pasado varios años y aún tengo el recuerdo. Y el incensario.

Comentarios

Entradas populares de este blog

First Dogging

Verte con ella

Mi primer pub liberal