Cuerpos de gimnasio

Cuarenta y ocho, cuarenta y nueve, cincuenta. ¡Ya! Uffff, los excesos navideños le pasaban factura. Antes de las fiestas no le costaba tanto, esa fase estaba superada. Por primera vez en su vida llevaba cuatro meses yendo al gimnasio. ¡Todo un record! Y no iba a permitir que unos cuantos polvorones acabaran con tan buen hábito. Seguro que en pocas semanas había recuperado su "casi" buena forma. Se bajó de la máquina y se dirigió a la bici.

Acababa de sentarse, aún estaba ajustando el nivel cuando entró Mario. Con la sonrisa puesta, como siempre. Lo reconocía. Él había tenido también mucho que ver en su constancia para ir al gimnasio. Los primeros meses solo con su presencia. Los días que le daba pereza bajar le bastaba con recordar su sonrisa... bueno y sus gemelos, sus biceps, sus pectorales bajo la ajustada camiseta, sus apretados gluteos... Luego vinieron los saludos, los encuentros casuales en la puerta del vestuario, los comentarios banales... Ir al gimnasio era cada vez más fácil.

Le saludó con la mano, él avanzó hacia la zona de bicicletas. Dos besos en las mejillas, un cariñoso "¡Feliz Año!” y... un inesperado giro hacia la menuda chica que le seguía y a la que Elena hasta entonces no había visto, tapada por su impresionante torax masculino. "Elena, te presento a Carmen, mi mujer. Ha venido a probar"... ... Algo parecido a la ira ascendió por su pecho, de forma increíble, estúpida... ¿Celos? ¿Por qué? Sabía que estaba casado, y entre ellos no había nada, al menos nada real. Sólo aquellas miradas, comentarios… pero todo en modo juego; alguna que otra foto por el Whatsapp… nada serio. ¿Entonces? Forzó una sonrisa mientras murmuraba un "Encantada, y bienvenida", que se le antojó sumamente cínico. Carmen sonrió, se acercó para besarla y respondió con un "Igualmente, gracias" que sonaba bastante más sincero.

Subió a la bici y empezó a pedalear con fuerza. Mañana moriría de agujetas pero eso sería mañana. De reojo vio cómo Mario le enseñaba las máquinas a Carmen y le ayudaba a ponerse en marcha. Luego se sentó en el aparato de los abdominales, casi al lado de Elena, que le observó a través del espejo con disimulo. Adoraba ese cuerpo. Esa forma de tensarse los músculos con el esfuerzo. Si prestaba atención podía escuchar su respiración, alterada, que no forzada. Imaginó cómo sería sentir esa respiración en su piel, oír sus jadeos en la oreja... Excitante, mucho.

Vale. Tal vez sí le hubiera gustado pasar de los juegos a algo más real con él pero le tiraba para atrás saber que tenía pareja, que habría un engaño, no era su estilo. Y ahora la aparición de Carmen en escena acabaría incluso con los juegos por supuesto. La miró con disimulo. Era mona, no un bellezón pero atractiva. Demasiado delgada... al menos comparada con ella. No es que Elena estuviera obesa pero lucía unas curvas que Mario había  definido en una ocasión como "muy femeninas". Sonrió al recordar cuánto le había gustado el comentario. Buscó de nuevo su imagen en el espejo y le observó pedalear, se dejó llevar por la visión de sus depiladas y atléticas piernas. Y su culo... desde ese ángulo no podía verlo bien pero lo recordaba perfectamente. Esas dos nalgas apretadas y redondas que tanto le gustaría acariciar, besar y morder... sujetar con ambas manos mientras él la penetraba...

Sintió el calor que invadía su entrepierna... y sus mejillas, al descubrir la mirada de Carmen clavada en ella. ¿No sería capaz de leer la mente, no? Azorada se bajó de la bici, con el corazón latiendo tan fuerte que parecía que iba a estallarle. Carmen aún la miraba y por algún extraño motivo pensó que debía darle una explicación... "Uff, creo que me he pasado, jeje, creo que por hoy basta". Carmen sonrió y con una mirada traviesa comentó "bueno, la verdad es que tenías una cara de estar disfrutando que dan ganas de subir a esa bici... no pensaba que fuera tan divertida. ¿No te vas aún, no?, si quieres al salir tomamos algo los tres, tenía ya ganas de conocerte". Se giró y se fue al banco de pectorales.

¿Cómo que tenía YA ganas de conocerla? ¿Qué diablos significaba eso? ¿Por qué? ¿Qué sabía de ella? ¿Qué le habría contado Mario? Empezó a ponerse nerviosa. Le miró. Él sonreía tranquilo. Como si no pasara nada. Claro, es que no pasaba nada. Acabó su serie y vio cómo salía al vestuario, seguro que a beber agua. Elena se volvió  a mirar a Carmen con disimulo. Vio cómo ejercitaba sus pechos, cómo sus músculos se tensaban y los pezones se le marcaban. ¡Qué envidia le daba en ese momento!

Vio iluminarse la pantalla del móvil. Mensaje de Mario. ¿Pero qué hacía, estaba loco? Cuando abrió la tapa y se encontró con su torso desnudo y esa sonrisa pícara, como tantas otras veces, a punto estuvo de dejar caer el teléfono. Lo cerró bruscamente en el mismo momento que él entraba de nuevo en la sala. Pasó junto a ella, con ese olor inconfundible... ¿cómo podía oler tan bien un tío que acababa de marcarse tres tandas de abdominales?

Terminó como pudo. Algo tenía que decirle. Había que acabar con el jueguecito de las fotos. Pensó en hablar con él pero no veía cómo. Y no podía apartar los ojos de ese cuerpo atlético, de esa piel reluciente por el esfuerzo… la sesión de ese día le estaba resultando especialmente dura. Tomó una decisión. Se iba. Se levantó y de camino a las duchas pensó que lo mejor sería ponerle un mensaje, al menos no tendría que enfrentarse directamente a su mirada… “¡Cobarde!” se dijo a sí misma en voz alta, creyéndose a solas. Dio un respingo cuando la cabeza de Carmen apareció entre las taquillas con expresión confusa. “Perdona, igual te he molestado pero no podía dejar de mirarte… Mario me ha hablado tantas veces de ti… por eso me he venido ya a la ducha, te notaba incómoda”. Ahora era Elena la que, con los ojos como platos, intentaba comprender lo que estaba ocurriendo.

Carmen continuaba su perorata en tono de disculpa “… tenía ganas de conocerte pero igual no ha sido buena idea acompañarle y… … y ¿no era a mí, no?” El “bip” del móvil rompió el denso silencio. ¡Dios, Mario! ¿Se puede ser más inoportuno? Y lo peor es que Carmen estaba tan cerca que seguro lo había visto…

“Seguro que es Mario, con una proposición indecente”.
¿Qué, y lo decía tan tranquila? Elena desbloqueó el dispositivo. Bajo una sugerente foto de su paquete, Mario había escrito “Estoy solo en el vestuario, ¿vienes a frotarme la espalda?” Y su mujer a medio metro de ella. Pero eso no era lo peor. Lo peor es que, observando su reacción, parecía esperar su respuesta. ¡¡Ella!!


“Creo que te debo una explicación. Mario y yo solemos hacer ciertos jueguecitos, ya sabes para pasarlo bien. A veces incluimos a otras personas pero por supuesto se trata de que todos lo pasemos bien y creo que en este momento tú no lo estás pasando bien… Hace tiempo que sé de la atracción que Mario siente por ti y… bueno, yo tenía ganas de ponerte cara… y cuerpo”. Y calló. Como si con eso estuviera todo dicho.

“Perdona, me he perdido… ¿de qué estás hablando?”
“Vamos, somos todos adultos, solo hace falta ver con qué cara le miras.”
Su sonrisa parecía sincera.


“Disculpa, no era mi intención molestar… es que ¡está muy bueno!”, dijo sin pensar.


“¡Qué me vas a contar a mí! ¡Es mi marido!”
“Lo sé, y te aseguro que no volverá a ocurrir. Lo siento muchísimo, te pido disculpas por mi actitud… Te juro que no ha pasado nada ni pasará…”


Su sonora carcajada interrumpió la retahíla de disculpas. “Para, para, que no es eso, mujer, todo lo contrario… si lo que queríamos era solucionar esto pero de forma que los tres podamos disfrutarlo”.

“Ahora sí que me he perdido”, reconoció Elena “¿qué me estás proponiendo, un trío?” ¡Hala, ya lo había dicho, de perdidos al río!


“Jugar. Sólo si a ti te apetece. Mario me comenta que, por vuestras charlas, le pareces bastante abierta… Nosotros somos una pareja… digamos, liberal… creo que no te pilla de sorpresa”.


No, de hecho Mario le había insinuado algo en alguna ocasión. No de forma explícita pero sí lo suficientemente clara. Elena no había hecho demasiado caso pero ahora que lo pensaba algunos de sus comentarios tomaban otra dimensión. Es más, incluso recordaba haberle respondido de forma que… ¡madre mía!, sin pretenderlo le había dado pie a pensar que sí, que ella también era muy liberal, que le atraían cierto tipo de situaciones, que le gustaría participar en ellas… Y era cierto. Sentía curiosidad por lo que Mario llamaba “su vida oscura”, aunque nunca le había propuesto nada abiertamente. Bueno, y ahora tampoco. Porque era Carmen quien se lo estaba proponiendo. Mario estaba en las duchas del vestuario masculino. Esperándola. O esperándolas.

La misma Carmen que ya atravesaba el umbral de la puerta y entraba en el vestuario masculino como si tal cosa. Medio minuto después asomó de nuevo la cabeza con un “Vía libre. Ven”. Elena la siguió con curiosidad. Su Adonis particular esperaba con la toalla enroscada en la cintura y el torso desnudo. Se metieron en uno de los tres cubículos cerrados. Le miró embobada. Nada le apetecería más que un polvo con él. Pero Carmen… ¿qué papel se supone que pintaba Carmen? ¿Tendría que hacer algo con ella? Imaginó cómo sería besarla, acariciarla… No, decididamente no. Esa imagen no le atraía, pero la de Mario besándola, Mario acariciándola, Mario lamiendo sus pechos, su sexo… Sintió tensión en su vientre, y calor. Mucho calor.

Y entonces dejó de pensar. Justo en el momento en que Mario la besó, metiéndole la lengua hasta la campanilla. Respondió a sus besos, dejó que sus manos volaran por su cuerpo y arrancaran su ropa. Disfrutó de su lengua en sus pezones, de su boca recorriendo su piel. Él se agachó y devoró su sexo, con dulzura, procurándole un inmenso placer que Elena recibió con los ojos cerrados.

Cuando los abrió se encontró la atenta mirada de Carmen, que parecía disfrutar casi tanto como ella. Parecía esperar algo. Elena sonrió sin saber bien qué hacer y esa sonrisa sirvió como señal para Carmen, que no dudó en unirse a ellos, acariciando la cabeza de Mario pero sin tocar a Elena.

La lengua masculina era hábil, y pronto encontró el punto y el ritmo adecuados. Elena se agarró a las paredes, apoyó la espalda y sintió como sobrevenía el orgasmo. Casi en silencio, con un suave gemido que ahogó con una mano en su boca.

Él se incorporó y la besó. Luego besó a Carmen. Esta tiró de la toalla para abajo, dejando a la vista el miembro erecto de Mario. Luego se agachó, tomando de la mano a Elena, y lo recorrió con la lengua, por un lado, invitando a su compañera a hacer lo mismo. Era una situación tan novedosa, tan morbosa, que no se permitió pensar. Imitó a Carmen y recorrió el pene de Mario con la lengua. Acarició con la mano sus testículos, escuchando sus jadeos sofocados.

Entonces se oyó un ruido. Alguien entraba en el vestuario. Los tres se quedaron quietos. Carmen susurró “habéis venido a hacer deporte, pues ¡hala, a correr!” y salió de los vestuarios con paso ligero y la capucha tapándole la cara. Elena miró hacia abajo “¡qué pena dejarte así!” Mario sonrió, una vez más. Y acercando su boca a la oreja de ella ronroneó “Es tu oportunidad, puedes correr hacia tu casa… o hacia la nuestra…” Y dicho y hecho, él también se apresuró hacia la salida, detrás de Carmen.

Elena dudó un breve instante. Luego se cerró la chaqueta, subió la cremallera hasta la barbilla y salió en un perfecto ritmo de marcha maratoniana siguiendo el mismo camino que sus colegas de gimnasio.

Comentarios

  1. Hola buenas. yo tambien tengo un blog de relatos eróticos. Me gustaria compartir links contigo. Te dejo mi blog
    http://relatoseroticosparachicas.blogspot.com.es/

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    1. Disculpa la tardanza en contestarte, pero he estado algún tiempo desconectada. Tiene buena pinta tu blog... sólo le he echado un vistazo pero me da a mí que volveré a entrar, y seguramente varias veces ;-)
      A disfrutar de la lectura, claro está.

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