La tecla adecuada
Sigo vaga. Y liada. Y con poco que contar. Todo va por rachas, ya se sabe... cualquier día de estos un calentón acaba de forma imprevista y voy y os lo cuento... jejeje. Pero hasta que eso ocurra, como aún tengo relatos ficticios escritos y que no he compartido por aquí... ¡allá va uno! para combatir los calores veraniegos ;-)
Apenas sabía nada de él. Que era joven, guapo, interesante... y
profesor de música en la academia de su sobrino. Y que desde la primera vez que
le vio, a principio de curso, se moría de ganas por llevárselo a la cama. Pero
no era nada fácil. Se había ofrecido a llevar al niño a sus clases con la
esperanza de encontrar una excusa pero no sabía cómo abordarle. Tanto crío por
todas partes, la situación era poco propicia. Él siempre la saludaba
amablemente y se despedía de ellos con una gran sonrisa... Y nada más.
Durante la clase ella se quedaba leyendo, o salía a tomar algo
mientras dejaba volar su imaginación y se veía preguntándole a qué hora acababa
sus clases, invitándole a un café "y lo que surja", subiendo a casa
con él, arrancándole la ropa con los dientes y echando un polvo salvaje... pero
cuando llegaba el momento todo se evaporaba y se iba de nuevo a llevar a su
sobrino a casa, eso sí, con las bragas empapadas y un tremendo calentón.
"Vive solo para la música, o te tatúas un piano en el culo o
nunca se fijará en ti", le dijo una noche de juerga su hermana, conocedora
de la atracción que sentía por él. La idea desde luego era tentadora, sobre
todo tras el quinto vino. Por suerte el tatuador al que se dirigió inmediatamente,
viendo su lamentable estado, no le hizo ni caso e insistió en que, sin un buen
diseño, no le dibujaba ni un piano ni una triste flauta.
Afortunadamente a la mañana siguiente a la juerga, la idea ya no
parecía tan buena. Uff, menos mal que el tatuador no le había hecho caso.
Debería ir a agradecérselo, suspiró aliviada. Dicho y hecho. Esa tarde volvió
al taller de tatuajes, esta vez serena. Le vio al fondo, solo, y entró
decidida.
"Hombre, ¿me traes el dibujo de tu piano?", saludó
sonriente el tatuador.
Ligeramente avergonzada sintió cómo se ruborizaba al responder
"No, es que anoche perdí la bufanda y..."
"Vaya, pues me temo que aquí no fue, lo siento", sonrió
comprensivo, dándose la vuelta.
"La verdad es que también quería darte las gracias por no
aprovecharte ayer", añadió precipitada.
Él se giró de nuevo, mostrando con su sonrisa unos atractivos
hoyuelos en los que antes no se había fijado "Ah, eso, no te
preocupes".
"Pensarías que estaba loca... un piano en el culo..."
"No, nada de eso. No te imaginas las cosas que me piden a
veces..."
"Ya. Bueno, es que..." Por algún extraño motivo sintió
la necesidad de darle una explicación "quiero que un músico se fije en mi
y... me pareció... buena... idea... supongo, una tontería, en fin... Bueno,
gracias y... ¡adiós!".
Esta vez fue la voz masculina la que hizo que se parara en su
huida y se girara junto a la puerta al oír "Tal vez no en el culo, más que
nada porque a ver qué excusa pones para enseñárselo, pero lo de tatuarse un
piano tiene su gracia".
"¿Tú crees?"
"Sí, cubrir tu bonito cuerpo con un teclado podría resultar
muy erótico", sus ojos la recorrieron de tal manera que sintió un
escalofrío a lo largo de su columna vertebral.
Él se acercó y dibujó con su dedo en su hombro por encima de su
jersey "podría empezar por aquí... y bajar..." Ella inconscientemente
respiró hondo, sacando pecho y provocando que él rozara levemente su pezón con
la punta del dedo. Cerró los ojos, se mordió el labio inferior y, apoyándose
contra la puerta, que se cerró sin ruido, levantó un poco el borde del jersey.
"¿Y después?"
Él la acorraló contra la puerta, se inclinó junto a su oreja y
metió la mano bajo el jersey, acariciando voluptuosamente su pecho
"después seguiría pintando teclas por tu pecho, por tu vientre...".
Llevó los labios a su cuello y la besó sin dejar de acariciarla.
En un único y rápido gesto tiró del jersey hacia arriba, sacándoselo por la
cabeza, y la besó con ansia al tiempo que desabrochaba su sujetador.
"Hasta alcanzar tu ombligo..." rassssss sonó la
cremallera de sus vaqueros un momento antes de que estos se deslizaran hasta el
suelo por sus muslos acompañados de sus bragas y arrastrando por el camino sus
botines.
Sin apenas esfuerzo la tumbó sobre la camilla, completamente
desnuda, "y terminaría el tatuaje dibujando las últimas teclas junto a tu
delicioso coñito" susurró hundiendo en él su cabeza y haciéndola gemir de
placer ante la sorpresa de la hábil lengua que golpeaba su clítoris. Ella abrió
más las piernas, disfrutando de tan inesperada situación, notando la nariz de
él chocar contra su pubis. La lengua recorrió varias veces sus labios
vaginales, mezclando la saliva con sus jugos, antes de entrar en ella
provocando un grito de placer.
"Y entonces improvisaría una bella melodía", añadió
levantando la cabeza y deslizando sus dedos por todo su cuerpo como si
realmente se tratara de un piano.
La suavidad de sus manos, los toques de sus dedos sobre la piel
tersa y caliente, resbalando a lo largo de su cuerpo aumentaron su excitación
hasta límites insospechados. Le deseó.
Deseó que aquel extraño siguiera tocando sobre ella, notaba cada poro de su
piel responder, sentía sus pechos erguidos, sus pezones erectos, su clítoris
tenso.
Le sonrió excitada. Quería tocarle ella también. Necesitaba
tocarle. Jadeando estiró un brazo hasta alcanzar su objetivo, la abultada
bragueta del improvisado pianista. La abrió y deslizó sus dedos bajo el boxer,
descubriendo satisfecha su dureza. Sacó el erecto miembro y lo acarició entre
sus dedos. Lo aprisionó con toda la mano rodeándolo. Firmemente.
La mano del tatuador volvió a su zona más íntima y separó sus
labios, dos dedos se abrieron camino en su interior, comenzando a moverse
rítmicamente. Ella subió las rodillas y se abandonó sintiéndose más excitada
que nunca. Aquella forma de masturbarla era nueva para ella. Los dedos que
parecían rascar el interior de su vientre, dirigiéndose a su ombligo, mientras
el resto de su mano chocaba contra la entrada de su vagina; el pulgar que
estimulaba simultáneamente su botoncito... incluso el chapoteo que producían
los dedos con sus fluidos la excitaba enormemente. Su cuerpo vibraba, temblaba,
realmente era un instrumento en sus manos.
Comenzó a gemir escandalosamente, sin poder evitarlo. Los gritos
que escapaban de su garganta seguían el ritmo de aquella mano, un ritmo casi
enloquecedor. Le costaba seguir masturbándole a aquel ritmo, controlar el
movimiento de su mano, de su cuerpo. Él se dio cuenta y se acercó más. Ella
giró la cabeza y él acercó el pene a su boca. Ella la abrió más y sacó la
lengua, invitándole a penetrarla. Alzó los brazos por encima de la cabeza y se
agarró al borde de la camilla para aguantar mejor las embestidas del tatuador,
con la mano en su coño y la polla en su boca. Ella sintió una gran tensión en
el vientre, seguido de un fuerte deseo de orinar. Quiso gritar pero no pudo.
Quería que él parara. No, que siguiera. No, que... Algo estalló en su sexo. Su
cuerpo se arqueó. Un potente chorro salió de su vagina y se derramó en la mano
del tatuador. El cálido líquido empapó sus piernas y chorreó por la camilla,
dejando un charquito en el suelo. Luego se produjo un último espasmo y sintió
su cuerpo sin fuerzas, extenuado. Nunca había sentido algo así. No se sentía
capaz ni de describirlo.
Él sacó la polla de su boca y sonrió satisfecho. Agradeció el
respiro, se sentía agotada, pero no podía dejarlo así. Nerviosa llevó la mano
al sexo masculino y volvió a meterlo en su boca, chupando con dedicación
mientras él de nuevo marcaba el ritmo sujetándola por la nuca. Supo por sus
jadeos que estaba a punto de correrse. Lamió su capullo, succionando y entonces
él sacó su firme verga para dejarla descargar contra sus enrojecidos pechos.
Se levantó, se limpió en silencio con el kleenex que el chico le
ofrecía, mientras él hacía lo mismo. Se vistió sin decir palabra con una
sonrisa bobalicona dibujada en su cara, ante la mirada divertida de él. Se
dirigió a la puerta, la abrió y se giró murmurando "adios y...
gracias". Después de todo, había ido a eso. Y se fue, sin tatuarse el
piano en el culo. Pero contenta y satisfecha. Estaba segura de que, ni siquiera
el músico, hubiera sabido mejor tocarle la tecla adecuada.
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