¡Brutal!

¡Brutal! Es la única palabra que sacude mi mente mientras contemplo mi reflejo en el espejo del baño. Casi desnuda, solo con las medias y tacones, y los chorros de semen que escurren por mi pecho hacia mi ombligo.

Me apoyo en el lavabo con una mano, me lavo con la otra, aún me tiemblan las piernas. Si alguien me hubiera dicho que hoy acabaría haciendo lo que acabo de hacer no le hubiera creído. Ha surgido de una forma tan natural, tan sin pensar. Charlando los tres alguien ha propuesto intentar una doble. ¿Por qué no? Tampoco sería la primera vez.

Y al igual que en la conversación, los hechos han llegado por sí solos. Del cruce de seis piernas y seis brazos, tres sexos y tres bocas. Han ido surgiendo caricias, lametones, besos. De forma indiscriminada.

Dos pollas para mí. Una vez más. Ojos llenos de deseo, bocas llenas de placer. Y entonces una de las dos pollas me ha penetrado. Lo deseaba. Lo deseábamos. Sentada sobre él, me ha abrazado atrayendo mi cuerpo sobre el suyo. La otra polla ha avanzado por mi espalda, al compás de las manos. Se ha detenido en mi culo. Pensaba que sabía lo que iba a suceder. Lo esperaba.

Y de pronto sus ojos se han cruzado. No ha sido un pedir permiso sino un reto compartido. Un ¿lo intentamos?

Y la segunda polla ha continuado su avance. Ha chocado con la primera. Los tres sexos se han encontrado. Se han frotado. Cuatro manos me han izado. Han vuelto a bajarme. Me han acomodado. Ambas bocas me han besado y mordido el cuello. De nuevo mi cuerpo se eleva. Les siento muy cerca. Más que nunca.

Y él susurra en mi oreja. Me exige que sea yo quien se lo pida. Me siento confusa. No sé qué quiere que le pida. Tengo todo lo que quiero en ese momento. O no. Al bajarme despacio percibo una sensación nueva. Algo está ocurriendo. Me quedo quieta. Él pregunta si quiero más. No entiendo qué es pero respondo que sí. Me baja un poco más. Ahora lo sé.

Al moverse me penetra un poco más. Y las dos pollas chocan. Dentro de mi vagina.

Me estremezco. Me concentro en mis sensaciones. Tensión, pero no dolor. Estrechez. Noto un condón, y piel. Gimo “más” y les siento más dentro. Un ligero movimiento debajo de mí y el placer se multiplica. La respiración en mi nuca se vuelve más profunda. Hinco las rodillas en la cama. Me muevo despacio. Hacia atrás. Con cuidado para que la otra polla no se salga. Llevo una mano atrás y le agarro por las nalgas, apretándole contra mi pelvis. Relajo mis músculos. Desciendo un poco más. Es una sensación tan diferente.

No pido más. Aún no. Pero mi cuerpo lo pide por mí. En cada vaivén mi sexo engulle un poco más a los suyos. Mi vagina marca su propio ritmo. Ellos se adaptan dócilmente. Soy yo misma quien me voy penetrando centímetro a centímetro. Ellos esperan pacientes y se dejan hacer. Sin forzar nada. Sin moverse. Compartiendo su espacio dentro de mi.

Pronto tengo las dos pollas enteras en mi interior. Lo había visto, lo había oído, pero no lo había vivido. No hasta ahora. Y pensaba que no me iba a gustar, que causaría dolor, que sería desagradable. Me equivoqué. Mi piel erizada, mis pezones duros como piedras, las contracciones en mi sexo. Puro placer. Brutal.

No quiero pensar. Si lo hago sé que querré parar. Y realmente no hay motivo. Es nuevo, sí, pensaba que nunca lo haría, pero lo estoy haciendo. Sin pensar. Y me gusta. Me aplasto un poco más y el tercer cuerpo también desciende. Sin decir una palabra establecemos una especie de turnos. Los tres nos movemos despacio, completando la penetración. Nunca me había sentido tan poseída.

Entonces ellos aumentan el ritmo. Primero uno y luego el otro. Ahora soy yo la que me quedo quieta. Siento las dos pollas que entran y salen de mi vagina. Oigo como en la distancia mis propios gemidos. Oigo los suyos, y las palabras que me dicen. Morbo en estado puro. Me están follando los dos a la vez. Estamos disfrutando los tres. No puedo evitar empezar a moverme más rápido. Ellos responden y se acoplan a mi nuevo ritmo. Grito. Paran asustados. Me observan. Esperan una señal, algo que les indique que quiero parar. Pero no, mi grito no ha sido de dolor, sino de excitación. Sigo cabalgando. Ahora con menos miedo a que salgan de mí. Reanudan sus balanceos. Sus voces. Sus alientos en mi cuello, en mi nuca.

Pido más. Ahora sí sé que quiero más. Y esa tensión en mi pelvis, lejos de provocarme dolor, me resulta tan placentera que estallo en un orgasmo espectacular. Brutal.

La contracción de mi sexo alrededor de los suyos los expulsa. Y una vez vacía, caigo desmadejada. Me tumban con cuidado y se ponen uno a cada lado de mi cuerpo. Retiro el condón, tomo un miembro con cada mano y compruebo por mí misma que su grado de excitación es similar al mío. Pocos instantes después los dos se corren, casi al unísono, echándome toda la leche por las tetas. Me arqueo sintiendo un enorme placer.

Me siento guarra. Muy guarra. Pero había decidido no pensar y no voy a hacerlo. Me ha gustado. Mucho. No tiene sentido negarlo. Pensaba que nunca lo haría pero ha ocurrido. Quiero quedarme con ese momento, con esa sensación. Sacudo mis pensamientos con una mano y me pongo en pie. Siento el temblor de mis piernas camino del baño. Me apoyo en el lavabo para lavarme. Veo mi imagen reflejada en el espejo, casi desnuda, con las medias y los tacones. Y me sacude el recuerdo de lo que acaba de ocurrir. ¡Brutal! Es todo lo que puedo y quiero pensar ahora.

Comentarios

  1. Brutal!! Esa es la definición. No solo de los hechos, sino del relato. Lo refleja de forma tan grafica que nos hace estremecer.
    Felicidades

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    Respuestas
    1. ¡Gracias por vuestro comentario, pareja! La verdad es que hay experiencias que, de alguna manera, marcan. Por lo inesperado, por lo diferente, por el placer... pero sobre todo, a mi por lo menos, por el morbo que generan.
      Esta misma situación en otras circunstancias seguramente no me hubiera impresionado tanto. Ni a vosotros os hubiera gustado tanto el relato, seguro.
      ¡Gracias por seguir por aquí!

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