Luna y Media

Le llamé medio histérica. Tenía que decírselo, lo había encontrado. Justo el piso que buscábamos. Lo tenía todo, estaba hecho para nosotros. Atropelladamente le conté que el portero me había dado mil explicaciones pero no tenía llave para enseñármelo. Había que hablar con los de la agencia.

Por alguna extraña razón él no pareció compartir mi entusiasmo y se limitó a un intento de despedida con un lacónico "vale, lo hablamos". Ni en broma. Era nuestro piso. Estaba segura. Tenía un pálpito, y además... esa noche había luna llena y eso a mí siempre me había traído buena suerte... Ante la contundencia y objetividad de mis argumentos no tuvo más remedio que claudicar. Aceptó a regañadientes que concertara una cita con los de la agencia para esa misma tarde, pero "saldré tarde del curro" insistió.

Radiante de felicidad telefoneé al número que figuraba en el cartelito naranja. Sí, aún estaba disponible; sí, era exactamente como el amable portero me había dicho; sí, podíamos quedar para verlo a última hora. El vendedor parecía aún más ansioso que yo por mostrarlo así que no me puso pegas a nada. Por una vez, pensé, la crisis va a venirnos bien.

Quince minutos antes de la hora convenida entré en la cafetería que había junto al portal y pedí una cerveza. ¡Qué nervios! En ese momento me llegó un whatsapp que decía "Estoy llegando. Tú?" Respondí "Ya estoy aquí. En el bar". Leí la servilleta y tecleé el nombre del establecimiento "La Media Luna". Sonreí encantada, ¡otra señal del destino!

No había apagado el teléfono cuando apareció. Arrebatadoramente guapo y masculino... con ese aire medio aniñado que tanto me pone. Apenas podía creer que, si todo iba bien, en pocos días estaría viviendo con él, con ese ser tan atractivo, con el objeto de mis deseos. Él no tenía ni idea del poder que era capaz de ejercer sobre mí. Sonrió, me besó y preguntó "¿subimos ya o me pido algo? ¿Qué hacemos?" "Lo que tú quieras" contesté de forma automática. "De acuerdo, entonces ve al baño y quítate las bragas" susurró sin perder la sonrisa. Le miré perpleja, sin creer lo que mis oídos habían escuchado. "¿Qué?" me oí decir al mismo tiempo que un intenso rubor cubría mis mejillas. "Me has dicho que hacíamos lo que yo quisiera y eso es lo que quiero". Sus ojos brillaron.

Dudé. No sabía qué pensar. Nunca me había pedido algo así. ¿Estaría hablando en serio? El caso es que el tema tenía su gracia. Solo imaginar cómo sería eso de ir sin ropa interior y... sentí mi entrepierna humedecerse. Le devolví retadora la mirada, me levanté, besé su tentadora boca y me fui al aseo.

Cuando volví, ya estaba esperándome junto a la puerta. "¿Y?" preguntó impaciente. "Y llegamos tarde", contesté con toda la  calma de que fui capaz. Me pareció ver un atisbo de decepción en sus ojos pero no me dio tiempo a más. Un hombre nos sonrió desde el portal. El de la inmobiliaria, no cabía duda. Su penetrante mirada escrutó mi cuerpo de arriba a abajo de una forma que me resultó bastante desagradable, dicho sea de paso. Sentí mis mejillas arder, sobre todo cuando acudió a mi mente un estúpido pensamiento que me recordó que no llevaba bragas. Tras unos breves instantes que me parecieron siglos, la tensión se rompió cuando aquel insípido ser se dirigió a mi chico con un extraño saludo: “¡Coño, qué haces tú aquí!”.

Vi en sus labios una sonrisa de reconocimiento y ambos se abrazaron dándose palmaditas en la espalda así que me hice a un lado suponiendo que alguien me lo explicaría. Y así fue. En pocos minutos me pusieron al día: habían sido compañeros de instituto y juergas pero hacía lo menos 15 años que no se veían. Hasta esa noche en que el destino de nuevo les había unido. Bueno, y también un poco yo.

Mientras esperábamos el ascensor me pareció ver de nuevo esa mirada en el agente inmobiliario. Necesitaba distraerme así que pensé que era buen momento. Con un hábil movimiento saqué mis bragas de mi bolsillo y las deslicé en el de mi chico. Al sentir mi mano, se giró hacia mi curioso y, tras comprobar lo que sin duda intuía, sonrió con picardía. Entramos en el estrecho y antiguo ascensor y comenzamos a subir hacia el último piso, el quinto.

Durante ese ascenso, en que ellos charlaron de los viejos tiempos, la mano de mi pareja acarició mi culo, entró por el elástico de la cintura de mi falda y un dedo recorrió la separación entre mis nalgas, con tal suavidad que mi piel se erizó y percibí claramente cómo mis pezones apuntaban directamente al vendedor a través de mi camiseta. Enrojecí.

El dedo siguió su trayectoria y yo, inconscientemente, supongo, separé un poco las piernas, permitiendo un mejor acceso a mi sexo. Sonrió. Se humedeció los labios con la lengua, en lo que se me antojó un gesto de provocación y su dedo presionó ligeramente, introduciéndose en mi coñito, que le recibió cálidamente. Él se mordió con lascivia el labio inferior. El ascensor se detuvo.

Percibí la incipiente erección de mi chico y recé para que el de la agencia no se diera cuenta. Me sentía caliente, muy caliente. Apenas presté atención a las explicaciones acerca del piso. Nos fue enseñando las habitaciones, la cocina, el baño... Y yo flotando en una nube de excitación. Su voz anunció "y para el final he dejado lo mejor, aunque empieza a anochecer aún podréis apreciarlo" y abrió la puerta de la terraza. "Aquí podrás hasta tomar el sol en bolas porque estarás a salvo de miradas curiosas". Efectivamente, el espacio quedaba por encima de las casas colindantes y su alta tapia la convertía en un íntimo rincón. Miré hacia el cielo feliz y una enorme luna que asomaba ya por el horizonte me hizo sonreír.

Mi adonis particular se acercó y me abrazó preguntándome qué me parecía el piso. Aunque su erección se había esfumado, sentí su sexo bajo la ropa y, recordando la escena del ascensor volví a apreciar cómo mi zona más íntima se humedecía. El chico de la inmobiliaria sonrió y comentó "voy a hacer una llamada un momento y así os dejo hablar". Desapareció dejándonos en la terraza a los tres: él, la luna y yo.

Se abalanzó sobre mi boca, me besó con lujuria recorriendo mi cuerpo ansiosamente con las manos. Su aliento se detuvo jadeante junto a mi oreja y me sentí derretir. Me llevó hacia la pared y, separando mis piernas con su rodilla, metió la mano bajo mi falda. Justo entonces la cabeza del agente hizo su aparición por la puerta de la terraza y sus ojos, esta vez sin prudencia alguna, exploraron la escena. Creí que me moría de vergüenza cuando se aflojó el nudo de la corbata, se llevó la mano a los genitales y, esbozó una maligna sonrisa al tiempo que, en voz baja, le decía a mi chico "por los viejos tiempos". Él se separó unos centímetros de mí y le tendió la mano, con la palma hacia arriba. El vendedor depositó en ella una llave, me guiñó un ojo y se despidió con un "Media hora. Estaré en el bar". A continuación se oyó la puerta del piso.

Estábamos solos. En aquel piso vacío. En aquella terraza con la luna por único testigo. Sin bragas. Con un nivel de excitación que se ajustaba exactamente a la expresión “como perra en celo”. Con el tío más excitante que había conocido en mi vida comiéndome la boca y metiéndome mano. La espalda apoyada en la pared. Las piernas abiertas. Y él  buceando en mi escote. Resbalando hacia mi cintura mientras levantaba mi falda. Madre mía, nunca había tenido tantas ganas de follar como en aquel momento.

Cuando su lengua lamió mi rajita me estremecí y un gemido escapó de mi garganta. Vi cómo levantaba la mirada, que no la cabeza, y sonreí. Su boca se perdió jugando en mi sexo y cuanto más se apretaban mis nalgas contra la pared más me excitaba. Me visualicé a mí misma. Imaginé que en ese momento se incorporaría y me penetraría en aquella misma postura, sujetándome las manos contra la pared. Imaginé sus embestidas, su boca devorando mis pechos, incorporé mis gemidos y jadeos como si fueran suyos y en ese mismo momento su mano se deslizó hacia mi culo y acarició el agujerito, sin apenas ejercer presión. Fue suficiente. Una llamarada subió desde mi clítoris hasta mi cerebro y estalló haciéndome temblar y dejando mis piernas flojas hasta el punto de que agradecí el contacto con la pared pues sin él hubiera acabado irremediablemente en el suelo. Alcé la cabeza y la enorme luna, ya en lo alto del cielo, me sonrió.

Entonces se levantó, me besó los labios y sin decir una palabra tomó mi mano y me llevó justo al otro lado de la terraza, donde la tapia, algo más baja, permitía ver una estupenda panorámica de los tejados de Madrid. Consciente de lo mucho que me iba a gustar me giró, me abrazó desde atrás y me señaló las vistas besándome el cuello. Llevé las manos a sus caderas y bajé la cremallera de su pantalón. Su sexo emergió entre mis dedos, lo acaricié con suavidad, luego con más fuerza, frotándolo contra mi cuerpo, aún de espaldas a él. Miré de nuevo hacia la luna y me incliné, ofreciéndome a él. Cogió mis manos, las apoyó en la tapia, volvió a abrirme las piernas y me penetró del tirón. Con cada una de sus embestidas la luna parecía acercarse un poco más. Pensé que, sin duda, era mi día de suerte.

Cuando acabamos bajamos a “La Media Luna” a devolverle las llaves al chico de la agencia. Con una sonrisa de oreja a oreja preguntó “¿os lo quedáis, verdad?” Por supuesto nos lo quedamos. Ya hemos inaugurado todas las habitaciones. Varias veces. Y cada mes, en las noches de luna llena, conmemoramos nuestro aniversario entregándonos al placer bajo la discreta mirada de la luna.

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