Botas

No me considero en absoluto fetichista, pero hay cosas que captan mi atención de forma absoluta e irremediable. En los últimos meses me ha ocurrido varias veces sentir una extraña atracción por las botas, aunque más bien debería decir por ciertos hombres metidos en determinadas botas.

Hace algún tiempo vi una foto superchula de un tío estupendo que por única indumentaria llevaba unas botas negras. Pocas semanas después, me encontré contemplando otra foto de otro tipo con muy buen cuerpo... y se me iban los ojos a sus botas... Y por aquella misma época fue la primera vez que coincidimos con U. en el local y le arranqué el uniforme antes de echar un polvo salvaje entre los tres. En su descargo tengo que decir que no llevaba el uniforme completo, solo algunas prendas, entre ellas las botas.

Él sabe cuánto me molan sus botas, y arrancarle el uniforme, y sonríe pícaro cuando le llamo "el poli", aunque en realidad no lo sea... Pero entra al juego, ¡vaya si entra! Es un tío majete, la verdad. Yo me río mucho cuando me asegura "si tú me dices ven, lo dejo todo". Pero es que el otro día fue así de literal.

Último día en el local, de hecho fuimos a despedirnos hasta después del verano. Y estando allí se nos ocurre ponerle un whatsapp diciéndoselo. A esas horas estaría trabajando, supusimos, así que nosotros seguimos a lo nuestro. Y lo nuestro en aquellos momentos era un jueguecito que se había montado en las camas "pequeñas" donde una pareja disfrutaba con dos o tres chicos a los que ella atendía diligentemente.

Nos sentamos a su lado y L. me tumbó sobre la espalda, tras despojarme de mi camiseta y subirme la corta falda hasta la cintura. Abrió mis piernas y besó mi ombligo acariciándome con ambas manos. Me abandoné al placer del roce de sus manos. Podía sentir su respiración en mi pubis, recorrió mis labios con la punta de la lengua y me estremecí de placer. Los jadeos llegaban cercanos a mi cabeza pero yo, con los ojos entrecerrados, estaba concentrada en la cálida boca que rodeaba mi clítoris y tiraba suavemente de él.

Las manos de L. asieron mis tobillos y colocaron mis pies sobre la cama, junto a mis nalgas. De esta manera, su lengua amplió su recorrido incluyendo en su masaje mi culete. Me invadió una sensación de suavidad, de calidez, acompañada la humedad de sus labios con la de los fluidos que, ya hacía un rato, procedentes de mi interior, se mezclaban con su saliva. A esa suavidad se unió otra, la de una mano que, apenas sin tocarme, acariciaba mi brazo.

Seguí quieta y el dueño de la mano, sin duda al no ser rechazado, se atrevió a avanzar un poco más. Oí cómo modificaba su postura y su mano alcanzó la mía, se enredó con mis dedos, rascó la palma de mi mano en ese gesto que algunos dicen que en la cultura amatoria anglosajona significa "ardo en deseos de poseerte". Luego sus dedos bajaron de nuevo a lo largo de mi brazo y tras pasar por mi axila y detenerse unos instantes, llegaron a mi pecho.

Sus caricias evocaron el recuerdo de lo que había ocurrido esa misma mañana en la pista oscura, cuando ese mismo chico se agachó ante mí y pude sentir en mis dedos la fresca humedad de su recién salida de la ducha melena en contraste con la tibieza de sus labios en mi sexo, mientras las manos de L. abarcaban mis senos desde mi espalda. Ahora era justo a la inversa, él jugaba con mis pezones y L. me hacía vibrar golpeando tiernamente mi clítoris con la punta de la lengua. Tanta estimulación, física y mental, terminó por estallar en un dulce orgasmo que me sacudió de los pies a la cabeza.

L. se incorporó, me besó y se tumbó a mi lado. Llevé una mano a su pene y empecé a masturbarle, disfrutando tanto de cada movimiento como de su pronta reacción. Pensé en devolverle parte del placer que acababa de brindarme y me apoyé sobre las manos, elevando el trasero y jugando ahora solo con mi boca en su polla y sus huevos. A nuestro lado, el otro chico se corría dando por finalizada la mamada que le hacía la chica y que sin duda inició mientras su mano estaba con nosotros.

Entonces fue cuando sentí la otra mano acariciando mi expuesta retaguardia. Sin soltar el miembro de L. miré hacia abajo, por el hueco que quedaba entre mis piernas, y las vi. Unas inconfundibles botas.

L. me tomó por los hombros obligándome a alzarme. Me giré y ahí estaba, con medio uniforme y una enorme sonrisa. Se inclinó, me besó y tarareó "si tú me dices ven...". Lamentablemente, y mira que me gustan, no andaba yo para boleros en ese momento. Le arranqué la camiseta, le arranqué el velcro de los pantalones y me lancé sobre su torso desnudo, eso sí, sin quitarle las botas. Tras besarle, morrearle y lamerle me senté delante de él sobre mis talones, bajé sus calzoncillos y mi premio emergió, como movido por un resorte. Lo recorrí con mi lengua, lo saboreé mientras por el rabillo del ojo, ahí, un poco más abajo, veía... esas botas...

Hice ademán de volver de nuevo junto a L. No había olvidado lo que tenía a medias, pero sé que le gusta que reciba bien a los invitados... Sin embargo, sin palabras, me dijo que ya acabaríamos luego lo que había iniciado, que me quedase un ratito con U. Volví junto a él, que me preguntó con una mirada lasciva si se quitaba las botas. Muy a mi pesar, le respondí afirmando. El quintal que pesa cada una dificulta mucho el follar, excepto si se hace de pie, y no era mi intención en aquel momento.

Tan pronto terminó de desnudarse me tomó por los hombros y me tumbó quedando encima de mí, con sus manos sujetando las mías. Su boca descendió hasta mi pezón y se lanzó a comerme las tetas con avidez. Abracé su cuerpo con las piernas, sentía su sexo clavarse en mí, deseé que me follara ya mismo, aunque sería una pena tener que pararle para ir a buscar el condón al montón de ropa... Pero él tenía otros planes. Sin soltarme las manos su cuerpo fue deslizándose por encima del mío hasta que su nariz rozó mi zona más sensible. Entonces sí liberó mis manos que fueron por su propia voluntad a su cabeza. Me restregó la lengua por la rajita lujuriosamente, me penetró con ella, sujetando mis caderas y haciéndome dar un alarido de placer. Mi cuerpo se arqueaba y se estremecía con sus lametones.

Junto a mi cabeza L. nos contemplaba con ojos brillantes, dividiendo su atención entre nosotros y el coño de la morena, donde sus dedos se movían con destreza, provocando un curioso y morboso sonido mezcla de chapoteo, grito, jadeo y respiración entrecortada. Por tercera vez esa mañana una ola de calor me invadió procedente de las entrañas, erizó mi piel y sacudió mi cuerpo dejándome exhausta... Tres lenguas, tres orgasmos, no estaba mal.

Ahora sí que me giré y continué mamando la polla a L. a cuatro patas. U. se acercó por detrás y me acarició la espalda, el culo, las piernas... Pegándose más a mi cuerpo me cogió por las tetas y se inclinó, frotando su sexo contra el mío. Su aliento calentaba mi nuca, su lengua lamía mi espalda, sus labios besaban mis hombros y sus dientes mordían mi cuello, todo al mismo tiempo, o eso me parecía sentir a mí, la urgencia de su deseo.

Bajó por mi columna recorriéndola a besos hasta alcanzar el punto en que se divide en dos, y allí sus labios se abrieron y dejaron paso a su lengua. Con manos firmes asió y separó mis nalgas, amasándolas al tiempo que con la lengua culminaba el trayecto restante hasta mi orificio vaginal, donde se introdujo no una sino varias veces. L. con sus manos en mis orejas acompañaba el ritmo de mi cabeza sobre su sexo. Sentía mis fluidos deslizarse despacio por mis muslos hacia las rodillas, apoyadas en la cama, y las manos de U. aún sujetando mis nalgas, la lengua ahora en recorrido inverso, ascendiendo hasta mi culete y penetrándolo con suavidad, como otras veces. Después el poli levantó la cabeza.

En ese instante L. frenó mi vaivén y me empujó ligeramente hacia él. Al principio me mostré algo reticente, no me apetecía dejar solo otra vez a L. por mucho que le ponga ver cómo me follan y por mucho que a mí me ponga follar con U. Pero cuando vi que la morena, tras recuperarse, se dirigía nuevamente a L. y apresaba golosa su polla, me quedé más tranquila y me dejé llevar por las suaves embestidas de U., a mi espalda. Luego me giró para besarme y devorar mis tetas, yo me agaché, tomé sus caderas entre mis manos y me metí su erecta polla en la boca de un tirón. Gimió llevando la cabeza atrás. Enredó las manos en mi pelo y me separó de su cuerpo lo justo para que yo alzara los ojos, sonrió y de nuevo acercó a mi sus caderas, comenzando a follarme la boca. Su inmensa polla entraba y salía de mí, cogiendo velocidad, gorda, tiesa y dura. No parecía que fuese a tardar mucho en correrse. Una de las veces que se retiró, con un rápido movimiento me empujó sobre mi espalda, se puso un preservativo y se tiró sobre mí, metiéndomela del tirón.


Empezó a follarme a un ritmo frenético, salvaje, embistiéndome con fuerza mientras jadeaba junto a mi oreja. Yo en la suya pedía más y más. Con cada empujón su fuerte y robusto cuerpo rebotaba contra el mío, sus huevos golpeándome el culo. Paró en seco y creí que se corría pero me la sacó, se tumbó y me ordenó "ponte encima". No podía negarme, evidentemente. Me senté sobre su polla erecta, clavándomela y me puse a cabalgar. Mi cuerpo subía y bajaba, se adelantaba y retrocedía, rebotaba contra su pelvis. Sacaba su polla y bajaba con fuerza para sentirla penetrarme con fuerza. Me sujetaba con las manos en sus hombros, luego en la cama, de rodillas, en cuclillas, pero sin dejar de cabalgar sobre él. Noté que me fallaban las fuerzas y él tomó el relevo. Cogió mi culo con fuerza y lo ayudó a subir y bajar, una y otra vez, gruñendo de placer. Cómo me puso el cabrón.

Y L. al lado, mirando, disfrutando, mientras la morena le mamaba la polla. "Me voy a correr" anunció U. y al decirlo me la sacó, tiró del condón y... un chorro de semen impactó de lleno en mis tetas, unas gotas salpicaron mi cuello y resbalaron mientras un sonriente "poli" se disculpaba como un niño por una travesura y me decía "perdona por no avisar pero como sé que ahí te gusta"...  Es lo que tienen las fuerzas del orden, que no se les escapa ni una.

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