Clases particulares


No le sugerimos quedar sólo porque había sido hasta ese día el único capaz de provocarme un squirt. Tampoco porque es un tío de puta madre que además de ser simpático, morboso y saber estar, es guapo. No, todo eso hace que quedemos con él de vez en cuando pero la verdad es que ese día fue todo improvisado. Al día siguiente festivo, sin obligaciones, y de pronto nos vemos con la noche libre… Pensamos salir a algún pub pero también habíamos hablado a menudo de invitarle a casa así que le puse un mensaje. “Sé que es superprecipitado pero… ¿planes esta noche, posibilidad de vernos?” Su respuesta llegó en minutos “Me superapetece”.

Quedamos en nuestro barrio, en una cervecería cercana a casa. Picamos algo, charlamos, todo de lo más normal. Una de las cosas que más me gusta de S. es su discreción. Jamás le he oído comentar con quién había estado y con quién no, cómo habían sido sus experiencias con tal o cual persona… eso quieras que no, da tranquilidad. Hay gente con la que me apetecería un montón estar o repetir si no fuera porque han demostrado poca elegancia en este terreno.

Tras las cervezas acordamos subir a casa a tomar una copa. Nos apetecía a los tres, era un tema pendiente desde hace ya algún tiempo. Cuando llegamos, con excusa de “ponerme cómoda”, cambié mis vaqueros y mi camiseta por un escotado vestido negro y taconazos. Debió colar porque nadie dijo nada acerca de mi “infinitamente más cómodo atuendo de andar por casa”.

Nos sentamos con las copas y… bueno, podría decir que charlamos largamente de la situación del país o algo así… pero la verdad es que nos teníamos tantas ganas que pocos minutos después ya no podíamos sujetar nuestras manos y nuestras bocas. Ahí demostré la comodidad de mi ropa, el vestido salió de su sitio en cuestión de segundos, dejándome sólo con mi pequeño tanga negro. Bueno, y los taconazos que duraron un rato más.

Ayudé a los chicos a desnudarse y nos tumbamos en el sofá repartiendo caricias generosamente entre los tres. Luego me incorporé, impidiendo que S. hiciera lo mismo, y recorrí con la lengua su cuerpo, empezando por el cuello, siguiendo por los pezones, continuando por su torso hasta el ombligo. L. se puso detrás de mí y me subió las piernas al sofá. A continuación se agachó de forma que su boca quedaba justo a la altura de mi sexo y pasó la lengua por mi rajita. Gemí de placer, levantando la cabeza, momento que S. aprovechó para ponerme las manos en la cintura y besar mis pechos. Luego los besos se convirtieron en suaves bocados. Mi cuerpo respondía como mandan los cánones. Notaba la elevación de la temperatura, la cálida humedad en mi entrepierna, la tensión en la parte más baja de mi abdomen y la piel erizada.

Entonces, como movidos por un resorte, los dos se movieron a la vez y me encontré tumbada boca arriba, con L. a mis pies y el cuerpo de S. en paralelo al mío. Su mano bajó a mi sexo, separó los labios vaginales y comenzó a acariciarme el clítoris. Me morreó metiéndome la lengua con ansia y al sacarla, otra parte de su anatomía se introdujo en mí. Concretamente, un dedo… no, dos. Inició un movimiento que me hizo rememorar aquella noche en que, en una habitación de hotel, la escena con tres protagonistas acabó con una colcha empapada y una mujer con los ojos como platos porque no me creía capaz de llegar yo nunca a aquella situación. De hecho, cuando acabamos y le confesé que había sido mi primer squirt su mirada cambió de la incredulidad a la satisfacción y de alguna manera quedó claro que no sería la última.


Mientras yo recordaba, él continuaba moviendo su mano de la misma manera, con un L. observando mis reacciones y acariciando mi cuerpo. Tardó un poco pero llegó. No estoy segura de si utilizó dos dedos o tres. En el coño, digo. Porque sí percibí claramente el dedo con el que estimulaba mi orificio anal y el que seguía masturbando mi clítoris. Claro que ahora que lo pienso no podría asegurar que todos los dedos fuesen suyos. Dudo mucho que las manos de L. permanecieran impasibles así que es probable que fuera un delicioso trabajo de equipo. El caso es que sentí la descarga, esa que nace en el abdomen y baja por las piernas dejándolas completamente exhaustas y sin tensión. Y sentí salir el tibio líquido mojando mis muslos. ¡Hala! Había vuelto a hacerlo. Me besó sin retirar la mano y… volvió a empezar.

Esta vez hubo dos cambios: alcancé el punto de eyaculación en un tiempo considerablemente más corto y bajo la atenta mirada de L. que observaba con interés casi científico la posición de los dedos de S. y su manera de moverse. Cuando mis gemidos me lo permitieron, me reí con una sonora carcajada y le dije “¿qué, aprendiendo?”. No sabía lo que había hecho. De pronto fue como si los dos lo tuviesen pactado. El uno comenzó a preguntar, el otro a responder. Y me sentí como un Conejillo de Indias en la mesa del laboratorio. Yo me reponía y ellos intercambiaban información: “pon este dedo así, no así no, muévelo hacia allá, eso es…” y yo disfrutaba de un merecido descanso en la mejor de las compañías posibles.

Pero claro, tras la teoría, venía la práctica. Tras unos sorbos – para reponer líquidos, me dijeron entre lascivas sonrisas – y unas caricias… - no creo que para lubricarme, realmente estaba chorreando – volvieron a la carga. Esta vez fueron los dedos de L. los que me penetraron con dulzura y, siguiendo los expertos consejos de su mentor, comenzaron a moverse de la forma indicada. Lo curioso es que ellos seguían con su “disertación” acerca de la técnica más adecuada pero pese a ese “entorno bricomanía” que pudiera parecer tan lejano al morbo y el erotismo yo cada vez me iba abandonando más a mis sensaciones, a sus caricias, a sus besos… y de pronto llegó otra vez. Incluso con más fuerza que los dos anteriores. Se ve que cada vez estaba más relajada o tal vez empezaba a reconocer sensaciones y a saber cómo reaccionar ante ellas.

Cuando me incorporé para besarles, contemplé con estupor la enorme mancha que mis fluidos habían dejado en el sofá. S. miró horrorizado y empezó a disculparse. Le tapé la boca (sí, con la mía). Las cosas son para disfrutarlas, no para exhibirlas. Lo que no arreglase la lavadora lo arreglaría una funda (no hizo falta, el primer remedio bastó).

Pedí “tiempo muerto”. Me temblaban las piernas. No lo entendía. ¡Si llevaba tumbada tanto rato! Cambié de postura y me dispuse a gratificar aquellas clases particulares. Me senté en el sillón (fuera de lo mojado) y observé con alegría que mis dos chicos estaban listos para la acción. Yo pensaba que con esto del squirt la excitación era sólo femenina. Craso error. Se me habían puesto los dos como dos verracos y prueba de ello eran las erecciones que mantenían. Alargué una mano hacia cada miembro y les masturbé. Jugaba alternativamente con mis manos y mi boca, incluso me levanté un poco para poder incluir mis tetas en el juego. Supuse que, si conseguía un grado aún mayor de excitación, podríamos pasar a otro tipo de juegos y… follar con los dos, que era lo que realmente me pedía el cuerpo.

Pero parece que a ellos su cuerpo investigador aún les pedía otra cosa. S. me cogió de las manos y me puso de pie enfrentada a él. Al tiempo que me besaba, L. se situó a mi espalda, formando un exquisito sándwich vertical. Una mano volvió a invadir mi sexo obligándome a abrir las piernas. Los dos seguían dándome placer de todas las formas imaginables cuando de nuevo mis líquidos resbalaron con fuerza por mis piernas hasta alcanzar el suelo. Si no me hubiesen tenido sujeta me habría caído allí mismo. Me quedé sin fuerzas entre los cuatro brazos. Cuando las recuperé y miré al suelo apenas podía creerlo. Un charco entre mis piernas se constituía en una prueba irrefutable de que yo, a mis cuarentaytantos años… era capaz de tener no uno sino… tres, cuatro squirts seguidos…

Aún hubo alguno más aquella noche. Por ellos hubiésemos seguido así. Se les veía tan contentos, tan excitados. Pero en un determinado momento les paré los pies. Quizás ellos no tuvieran bastante, pero yo sí.

Acabamos la noche practicando “sexo convencional”, todo lo convencional que puede ser el sexo entre tres. Follamos. De todas las formas que nos surgieron, y que me permitieran mantener sus manos alejadas de mi agotado sexo…

Desde entonces practicamos a menudo. Cada vez me conozco mejor. Y L. cada vez me conoce mejor (¡quién nos lo iba a decir, tras el porrón de años que llevamos juntos!). Evidentemente no siempre que tenemos sexo lo incluimos pero es un juego más. Un juego que ya nos ha llevado a pedir la fregona en más de un local, aunque sinceramente, me importa un pimiento. Me gusta. Le gusta. Y cuando estamos con más gente también parece gustarles, jeje. Lo disfrutamos. Y eso hoy por hoy es lo que cuenta. Y hablando de cuentas, esa deuda con S. la saldamos pero nos quedan más, varias. Y cuando las liquidemos, espero que contraigamos otras nuevas porque este chico vale un valer (y yo ya lo decía antes de que me hiciera eyacular sobre mi sofá).

Comentarios

  1. Mmmmm .... leyendote has conseguido, bueno ya sabes que, jejeje .... Un relato maravilloso como todos. .... un besito.....
    Trueno.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me gustaría haber conseguido... Mmmm, bueno, ya sabes ;-) Los relatos son simplemente relatos, lo maravilloso es poder vivir esas experiencias, disfrutarlas y compartirlas. Besos.

      Eliminar
  2. Hola mi reina, desde la distancia sigo tus relatos tan expectaculares, la verdad es que cuanto me gustaria algun dia poder compartir con ustedes y poder disfrutar. A parte de excelente persona eres una excelente escritora. Fijate el exito que desde Colombia te seguimos. Besitos y cuidaros mucho.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Muchísimas gracias por tus palabras! Y aunque la vida te haya llevado tan lejos Internet acorta distancias. Además nunca se sabe lo que el futuro nos depara... ¿quién sabe cuándo será el reencuentro? ;-)

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

First Dogging

Verte con ella

Mi primer pub liberal