Fascinación

Soy una de esas personas que presumo de tener una mente abierta, no suelo criticar lo que no conozco y habitualmente estoy dispuesta a probar nuevas experiencias. Nuestro coqueteo con el BDSM se lleva fraguando ya hace algún tiempo, cociendo a fuego lento. Aunque hay ciertos tipos de prácticas que, a priori, no nos despiertan ningún tipo de morbo ni curiosidad, hay otras que nos atraen irremediablemente. Y como me dijo un amigo Dom hace solo un par de noches, "era de esperar que antes o después sucumbiríamos a la tentación".

Fue el pasado fin de semana. En uno de nuestros locales favoritos había convocada una fiesta para celebrar la Noche de San Juan. La organizaban en un foro BDSM con quienes coincidimos pocas semanas antes por casualidad en una Noche de Brujas. Nos cayeron bien, nos gustó el rollo que se traían entre ellos y sobre todo nos sorprendió la apertura que mostraron hacia nosotros, swingers, pues siempre nos había parecido un colectivo mucho más cerrado y reservado.

Así que cuando supimos de la fiesta esa complicidad tan habitual entre L. y yo afloró inmediatamente y casi sin hablarlo acordamos ir esa noche al local. En el peor de los casos nos tomaríamos una copa en un ambiente liberal, charlaríamos con sus encantadores dueños y veríamos a gente interesante, además de, muy probablemente, echar al menos un polvo nosotros. Ni aún así sonaba mal.

Cuando entramos vimos alguna cara conocida, la mayoría desconocidas, saludamos y nos sentamos copa en mano a charlar con algunas otras personas ajenas a la quedada. Poco a poco fuimos entablando diversas conversaciones y se produjeron algunos acercamientos. Empezamos a sentir que nuestra presencia era bien acogida. Miradas cálidas, sonrisas sinceras, explicaciones pacientes a nuestras básicas dudas vainilla... Pronto nos sentimos cómodos entre ese grupo de desconocidos.

Entonces un chico con quien ya habíamos cruzado alguna frase nos preguntó si nos gustaría "ver algo con cuerdas". Niiiinoooo-niiiinoooo- niiiiinoooo saltaron mis alarmas. Ver. Había dicho ver ¿no? L. me lo confirmó riendo. El chico se fue hacia dentro y volvió poco después comentando que en ese momento estaban utilizando las cuerdas y nos animó con un gesto a entrar.

En una cama del fondo un hombre contemplaba extasiado copa en mano la escena que se desarrollaba ante sus ojos: su acompañante, completamente desnuda y arrodillada sobre la cama era atada por otro hombre. Sus movimientos captaron inmediatamente mi atención, sus manos hábiles y ágiles iban situando las cuerdas con tal destreza que llegué a pensar que algún oculto mecanismo hacía que se dispusieran por sí mismas en el lugar preciso y con la presión adecuada. Se movía alrededor de la muchacha con una suave y delicada coreografía, pero todo su cuerpo emanaba fuerza. Ella permanecía quieta, en actitud de sumisión y entrega. Me acomodé junto a L. con la cabeza apoyada en su hombro, él rodeó con un brazo mi cintura y permanecimos durante un buen rato disfrutando de la situación.

Al poco tiempo un hombre, que estaba sentado en la otra cama observando, se acercó a nosotros y en un susurro nos dijo: "lo que está haciendo es shibari". Volvió silencioso a su sitio.

La cuerda seguía rodeando a la chica, completando poco a poco un bonito dibujo alrededor de su cuerpo. Cuando finalizó, el hombre comenzó a acariciarla. Había entrado bastante gente y pensamos que era buen momento para salir a la barra. Confieso que, al menos a mi, se me pasó por la cabeza si, una vez inmovilizada, comenzarían otro tipo de juegos que, con todo mi respeto, aún no estaba preparada para presenciar. La escena bondage me había encantado, quería conservarla en mi mente tal cual. Me gusta decidir yo dónde poner mis límites.

Así que salimos a comentar la experiencia y al poco se nos unió el hombre que nos había dicho el nombre de la técnica japonesa que acabábamos de ver. Sonriendo preguntó que nos había parecido y por la limpia mirada de sus ojos claros fui consciente de que él ya tenía toda la información que necesitaba: que nuestro nivel de conocimiento del tema era ínfimo y nuestras ganas de aprender eran inmensas.

Los siguientes minutos de charla fueron como ir de pesca con nosotros como pescaditos. Poco a poco fue soltando cebo, pedacitos de información que nosotros recogíamos con avidez: dónde ir, con quien hablar, cómo aprender, locales, nombres, páginas de Internet, riesgos, medidas de precaución... Perdida en esa mirada azul me sentí, por primera vez esa noche, fascinada al asomarme mínimamente a esa ventana por delante de la cual había pasado tantas veces.

La fiesta seguía su curso, fustas, látigos y algún otro instrumento hicieron su aparición. Charlas, risas, miradas, el olor de la queimada, el conxuro pronunciado por las brujas, las pequeñas demostraciones de pinzamientos y azotes, el respeto y el consenso... todo contribuía en esta noche de San Juan.

Al cabo de un rato, en que también charlamos con el chico que se había ofrecido a mostrarnos algo sobre las cuerdas (y al que me quedé con ganas de conocer mejor y aceptar su ofrecimiento de darme un masaje en los pies... por si lee esto...), apareció el atador que habíamos estado viendo. Alguien dijo o hizo algo, o dejó de hacerlo o decirlo, o... de pronto L. hablaba con él y un segundo después él le pedía que me atara las manos. Otro segundo después, L. obedecía y yo estaba en medio del local con las manos atadas, rodeada del atador, el hombre de los ojos claros y L. escuchando las amables explicaciones de ambos acerca de la manera correcta de hacerlo. En unos minutos me ataron y desataron 4 ó 5 veces para ilustrar sus palabras y yo, poco a poco, fui relajándome, fui perdiendo el miedo al contacto con la cuerda, mucho más suave de lo que anticipaba, fui dejándome llevar por la situación, por sus voces, sus palabras... y me fui abandonando. Me pregunto si fue premeditado.

La siguiente práctica fue cómo inmovilizar atando una sola mano. El atador me miró... ¡no!, me penetró con sus ojos y sonrió de tal manera que me vi incapaz de sostenerle la mirada. Y desde ese momento ya no volví a ser capaz de hacerlo el resto de la noche. Cada vez que nuestros ojos se encontraban me veía obligada a bajar los míos. Tomó mi mano, la rodeó con la cuerda y con un solo movimiento colocó mi brazo en tal postura que, efectivamente, quedé a su merced. Se puso detrás de mi y continuó dibujando con la cuerda en mi cuerpo. Podía sentirle tan cerca, su respiración en mi nuca, sus susurros en mi oreja, sus manos en todo mi cuerpo, su pelvis pegada a mis caderas... En un momento apretó la cuerda alrededor de mi cintura y sentí un inmenso placer, difícil de poner en palabras. Rió mientras le decía a L.  "Mira, mira qué cara ha puesto" y L. lo confirmaba mientras ambos nos preguntábamos cómo demonios lo sabía si estaba situado a mi espalda y de ninguna manera podía ver mi cara.

Continuó pasando hábilmente la cuerda por encima de mi vestido. Me la pasó por entre las piernas, presionó mi sexo, mis pechos, mi cintura. En algún momento sentí una punzada de dolor, no puedo negarlo, pero la mezcla de sensaciones era tan placentera que deseaba con todas mis fuerzas que siguiera. Entonces se puso delante de mi y me miró como antes, como evaluando hasta dónde iba a aguantar pero sin darme opción a escapar. Sentía su poder, su fuerza, aunque al mismo tiempo sabía que no haría nada que yo no quisiera.

Madre mía, ¿qué era aquello? ¿quién era? ¡Apenas unas horas antes yo no sabía que aquel hombre siquiera existía! Sin vacilar, pero sin dejar de observar mis más mínimas reacciones, me sacó un pecho. Ya el roce de sus dedos me hizo estremecer. Pero cuando atrapó mi pezón entre dos trozos de cuerda y los retorció aprisionándolo... empecé a entender algunas cosas... Ufff! Esa barrera que separa el dolor del placer se convirtió en algo franqueable. Invitó a L. a que hiciera lo mismo, mostrándole de nuevo la forma adecuada. Sentía muchas miradas clavadas en nosotros, pero era como si el mundo hubiera dejado de existir, como si solo fuéramos tres.

Entonces me desató. O casi. Porque, ahora mismo podrían matarme y no sabría explicar cómo de pronto yo tenía de nuevo las dos manos atadas pero a la espalda. Y las cuerdas trepaban por mis brazos, rodeaban mi espalda, mis hombros, alcanzaban mi cuello... disparando mi grado de excitación. Ese hombre que apenas rozaba mi cuerpo con sus manos estaba provocando un deseo en mi que mi mente racional encuentra muy difícil explicar. Cuando apretaba la cuerda a mi alrededor podía sentir su pecho, sus brazos, su sexo, todo ello fuera de mi alcance. Entendí también la expresión "el sexo como premio". Cuando terminó demostró a L. cómo, con un pequeño movimiento de apenas unos dedos tirando de la cuerda, era capaz de moverme a su antojo, acercarme a su cuerpo, alejarme, inclinarme dejando mi retaguardia absolutamente expuesta... yo sabía lo cierto que era, en aquel momento, en aquella situación, podía haber hecho conmigo lo que se le hubiera antojado. Me sentí entregada y mi cabeza rescató la imagen de la chica a la que habíamos visto atar un rato antes.

Hubo un momento que todavía hoy me provoca un escalofrío en la espina dorsal. Aún situado a mi espalda, subió un poco mis brazos sin tocarlos, solo tirando de la cuerda, y susurró junto a mi oído pero dirigiéndose a otra persona - con toda probabilidad L. - "y ahora... no la vamos a suspender porque se acojonaría... pero podríamos..."

Volvió a desatarme, sin dejar de mirarme, sin dejar de sonreír. Con "esa" expresión. Le agradecí la experiencia, se fue a conversar con un grupito cercano y nosotros volvimos a nuestras copas. El hombre de los ojos azules se acercó sonriente a nosotros y de nuevo nos enredamos en una animada charla acerca de azotes, látigos, palas y fustas.

Cogió el instrumento con que acababan de hacer una pequeña demostración utilizando el culete de un amigo nuestro y, cuando iba a retomar la conversación, se puso en pie y se dirigió hacia la parte interior del local, mucho más tranquila en ese momento, con un gesto que indicaba que le siguiéramos. Se sentó en la cama, me invitó a sentarme a su lado y me tomó la mano mientras hablaba de las diferencias entre unos instrumentos y otros, de dónde azotar y dónde no... Empezaba a llegar más gente y nos levantamos. Pensé que salíamos a la barra pero L. me cogió la mano y acabamos los tres en la zona de parejas, yo inclinada sobre una cama con mi vestido levantado hasta la cintura.

De nuevo me sentía excitada. Los dos a mi espalda susurraban algo que yo no llegaba a entender, cuando ¡zas! Llegó el primer azote. Con algo duro y ancho, una pala. Los ojos claros aparecieron junto a mi cabeza y su boca preguntó "¿Soportable?" Asentí. ¡Zas! Cayó el segundo "¿Del 1 al 10?" Reconocí "poco, 2 ó 3". Miró a L. "Sube la intensidad". Obedeció. ¡Ay! "Ese más" "¿Cuánto?" "5 ó 6" "Y -vaciló- ¿quieres más?" Sonrió con satisfacción antes de escuchar mi "Sí". Los siguientes los valoré "de 8". Tras cada uno de ellos sus manos acariciaban y masajeaban mis nalgas y la sensación era indescriptible. Se puso otra vez de pie junto a L. y apoyó una mano con suavidad en mi cintura. "Esto es diferente" me advirtió. Uffff!! Sí lo fue, una superficie mucho más estrecha chasqueó contra mi culo haciéndome estremecer. La fusta. Se inclinó y me la mostró.

Luego le tocó el turno a L. pero tras un par de pruebas, comentó "aunque para mi no hay nada como la mano". Tras ser azotada un par de veces más por cada uno, y sentir cómo mis nalgas se contraían con cada cachete y temblaban más por la excitación que por el dolor, me incorporaron, y con un gesto de complicidad dirigido a los dos preguntó "¿Interesante?"

Un rato después, con el recordatorio de mi culo enrojecido y el picor aún presente en mis nalgas L. y yo echamos un polvo fantástico. La mezcla de intensas sensaciones, las imágenes y sonidos que acudían a mi mente y aún acuden al recordarlo deben liberar alguna sustancia que altera mi química cerebral...

"Todo está en la mente" acostumbra a decir mi amigo Dom... y esa noche, atada en medio del local, en esa fiesta oscura, lo vi con una claridad meridiana. Sé que la situación lo propició. Pese a que no conocía al hombre que me ató me sentía segura, tranquila y confiada. En un lugar que conozco muy bien, con L. sin separarse en ningún momento de mi, los dueños del local sin quitarnos ojo... Y el buen rollo previo. Todo influyó por supuesto... no sé qué habría pasado en otras condiciones pero en estas... ¡Estoy deseando repetir! Abrir un poco más esa ventana y asomarme un poco más allá.  ¿Habremos abierto una vez más la caja de Pandora?

Comentarios

  1. Mmmmmmm, os superais cada vez. .... no cambieis nunca.
    Trueno.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Esta vez voy a discrepar jeje. Si no cambiáramos nunca, no habríamos llegado hasta aquí ;-) No te preocupes, sé por dónde vas y eso a lo que te refieres yo también espero que no cambie nunca... Pero la curiosidad por probar cosas nuevas, por conocer nuevas personas, por experimentar con nuevas formas de placer... espero que cambie y siga creciendo.
      Gracias por volver por aquí... Para mi que te gusta leerme jajajaja

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

First Dogging

Verte con ella

Mi primer pub liberal