Rodeados por la prensa

Lo siento pero este mes está siendo casi imposible escribir. Demasiado lío. En fin, os dejo otro relato escrito para concursar. Por cierto, ganó. A este paso me lo voy a empezar a creer... :-P  ¡Qué noooo! Pero sí espero que guste y lo disfrutéis tanto como yo pensándolo, redactándolo... En esta ocasión el tema era "Estrecheces" y me salió un relato estrecho... y como siempre, algo de autobiográfico tiene, si no no sería yo...

El calor había llegado casi de repente, de un día para otro. Y solo era el principio. Temía la llegada del verano. Se imaginaba a sí mismo a 40°, allí metido todo el día y le entraban sudores. Bueno, al menos ahora tenía trabajo, no el trabajo de su vida pero el kiosco le daba para vivir.

Siguió despachando periódicos y fascículos de forma automática toda la tarde sin dejar de mirar el reloj en espera de la hora de cerrar. Ese día se le estaba haciendo pesado. Un poco antes de las ocho empezó a recoger. Fue descolgando revistas, guardando expositores y amontonando aquellos enormes cartones que acompañaban los coleccionables. Luego cerró el frontal del kiosco y se metió a echar los cerrojos.

Con todo aquello dentro el espacio se reducía considerablemente y moverse se convertía en una difícil tarea pero ya se iba acostumbrando. Sin embargo, quizás por el calor, hoy se sentía torpe. Al dejar los libritos de crucigramas volcó sin querer el expositor de los chicles. Se agachó resignado y empezó a recogerlos cuando sus ojos tropezaron con esas revistas que, precisamente por su contenido, mantenía más escondidas a la vista.

En la portada, una morena casi desnuda le sonreía voluptuosamente en pose provocativa. Inmediatamente acudieron a su memoria escenas de su adolescencia y se vio a sí mismo agazapado bajo las sábanas masturbándose con las revistas guarras que le birlaba a su padre. Hacía mucho de aquello.

Acabó de recoger las cajas de chicles y miró de nuevo aquella portada. Sintió un deseo irrefrenable y casi sin darse cuenta pasó un par de páginas. Y luego otra más. Y siguió hasta encontrar las páginas centrales, donde la morena se mostraba por fin en todo su esplendor. Se llevó la mano a la bragueta y se acarició, notando su pene flácido. La morena le sonreía, en un gesto travieso humedeciéndose los labios. Contempló sus pechos perfectos, sin duda operados. Los imaginó en sus manos. Suspiró. ¡Ay, si la tuviera a su alcance! En la siguiente foto la chica, con las piernas abiertas, invitaba a descubrir un precioso coñito depilado. Imaginó recorrerlo con la lengua y... una voz femenina interrumpió su ensoñación "perdona, ¿has cerrado ya? ¿Podrías darme un metrobús? Por fa..." La voz se quebró justo al darse él la vuelta.

Inmediatamente descubrió avergonzado el motivo. Estaba apuntando con su erección a Eva, la camarera del bar de enfrente, donde solía ir a desayunar. Una chica simpática y eficiente, que siempre le atendía con una bonita sonrisa en los labios. Muchas noches le saludaba cuando pasaba por delante del kiosco al acabar el turno. Casi nunca compraba nada, a veces unos chicles, o un metrobús. Reaccionó y se puso a buscar uno. Al dárselo no se atrevió a mirarla a la cara, ¡qué pensaría de él! Recogió el dinero, le dio las vueltas y musitó un "gracias" apenas audible.

Pero Eva no se fue. Se mantuvo junto a la estrecha abertura por la que había aparecido hacía ya una eternidad, o eso le parecía a él. No le quedó más remedio que levantar la mirada. Cortésmente le preguntó si quería algo más. Ella sonrió divertida y a él le dio la impresión de que le miraba la bragueta. Pensó en disculparse o darle una explicación pero desechó la idea por ridícula. Sonrió también. Entonces ella comentó algo acerca de lo pequeño que resultaba el kiosco una vez recogido todo y recorrió el interior con la vista hasta que sus ojos se detuvieron sobre la revista, aún abierta sobre el montón de fascículos de presentación de la interesantísima colección "Conchas marinas de ayer y hoy".

Él enrojeció hasta las orejas. Bajó la mirada al suelo. Se sintió de nuevo transportado a su adolescencia, cuando su madre le pilló en una situación similar. Pero cuando se atrevió a alzar de nuevo los ojos la mirada que se encontró fue mucho más dulce. Incluso diría que esos ojos brillaban. Eva respiraba de forma entrecortada, el amplio escote permitía ver cómo su pecho subía y bajaba agitado. ¡Dios, qué pecho! Con el uniforme de la cafetería no se había fijado nunca pero tenía un par de senos turgentes, no demasiado grandes, redondos. Pensó por qué Eva no salía corriendo, porque no había huido espantada en el primer momento, por qué seguía ahí mirándole... y decidió que, dado que no podía caer más bajo, se la iba a jugar.

"Sí, es muy pequeño, pero en el centro queda el suficiente espacio para..." "¿dos personas?" acabó ella mientras terminaba de colarse en el kiosco. Quedaron a escasos centímetros el uno del otro. El espacio no daba para más. Él alargó el brazo despacio por encima de su cabeza. Ella seguramente pensó que iba a tocarla pero no se movió ni un milímetro. Echó el cerrojo y la miró "¿lo ves?".

Eva dejó su bolso y desabrochó un botón más de su blusa. "Sí, es verdad, aunque resulta un poco... sofocante. ¿Tú no tienes calor?". Sin darle opción a responder llevó las manos al borde de su camiseta y la subió dejando al descubierto su pecho. Él se dejó hacer. Se hubiera dejado hacer cualquier cosa en ese momento. Ella recorrió su cara con las yemas de los dedos y luego bajó por su cuello y su pecho hasta su ombligo. Él empezó a sudar y sintió presión en sus calzoncillos. Eva se desabrochó otro botón y dejó asomar la blonda de un sujetador negro. Otro botón. Y la blusa quedó abierta. Se llevó las manos a la espalda, y con un rápido gesto liberó sus pechos. Él respiró, boqueando como un pez; comenzaba a faltarle el aire. Un momento después la blusa y el sujetador cubrían a la excitante morena de la revista.

Él la contemplaba extasiado. A esa distancia percibía claramente su aroma, incluso le alcanzaba su cálido aliento. Subió una mano a su cara, la acarició con un dedo. Ella giró la cabeza y apresó su dedo con los labios, mojándolo. Lo llevó a su pezón y él lo vio reaccionar. Abrió la mano y acarició el desnudo pecho. Ella le abrazó y le besó con lujuria. Deslizó luego las manos por la fuerte espalda de él hasta alcanzar la cintura del pantalón. Él correspondió a sus besos y caricias. Tras las delgadas paredes del kiosco el barrio seguía con su dinámica.

Eva acercó los labios a su oído. Mordisqueando el lóbulo de su oreja le pidió "fóllame". Llevó las manos a la bragueta y le bajó apresuradamente la cremallera, sacando su erecto miembro. Él le desabrochó el vaquero y se lo bajó junto con las braguitas hasta donde sus manos alcanzaron. Ella se giró dándole la espalda y se inclinó lo poco que pudo ofreciéndole su retaguardia. La visión de su espléndido culo le puso a cien. Se inclinó sobre ella, colocó una mano en cada una de sus tetas y se apretó contra ese menudo y apetecible cuerpo femenino, cuyos jadeos se iban convirtiendo en gemidos. Eva abrió ligeramente las piernas y entonces él la penetró. Ella ahogó un gritito, consciente de que, al fin y al cabo, estaban en medio de la calle. Tras varias embestidas le sacó la polla y la giró de nuevo mirándola con deseo. Pensó en adoptar una postura más cómoda, teniendo en cuenta el escaso espacio disponible. Eva era bajita, delgada y sin duda ligera. No le costaría levantarla en el aire. Según lo pensó, lo hizo. Quiso cogerla a horcajadas pero ella aún tenía los pantalones en los tobillos. Así que cambió de idea y la sentó sobre los fascículos.

Ella agitó los pies y dejó caer los zapatos. Él terminó de sacarle los vaqueros, le abrió las piernas y se sumergió en su delicioso sexo. Lo recorrió con la lengua, mordisqueó su clítoris, la penetró con la lengua, saboreando sus jugos, mientras ella sofocaba sus gemidos recostada en los ejemplares sobrantes de "La Razón". Se oyó pitar un coche, una pareja se detuvo junto al kiosco discutiendo acaloradamente, sin saber que a menos de un metro Eva estaba a punto de alcanzar el orgasmo. Sudorosa, sujetó la cabeza de él con las manos y su cuerpo se tensó, acabando por correrse entre silenciosas sacudidas.

Una vez libre de los vaqueros él recuperó su idea anterior. Besó a Eva en la boca y cogiéndola por el culo la alzó sin dejarla cerrar las piernas. Ella se abrazó a su cuello y se preparó para recibirle. La bajó hasta su polla, lista para penetrarla. Se la metió del tirón, al tiempo que un sonido gutural escapaba de su garganta. La izó de nuevo y volvió a penetrarla sintiendo su estremecimiento. Repitió varias veces el movimiento, cada vez con más velocidad. Sus cuerpos sudorosos y excitados se movían al unísono. Eva soltó una mano y la apoyó en el bajo techo para aguantar mejor la fuerza de sus embestidas. Él subía y bajaba su cuerpo con facilidad, con la misma que su polla entraba y salía de su acogedor sexo.

Sin embargo, y aunque estaba cachondo como hacía tiempo que no recordaba, sabía que le costaría correrse. La estrechez del lugar, la acrobática pose y el sofocante calor no ayudaban, desde luego. El pequeño cuerpo de Eva sudaba por la excitación. Eso le hubiera encantado en otras circunstancias pero ahora... notó cómo la chica se le escurría y temió que se le cayera hasta el suelo. Los periódicos hubieran amortiguado la caída, desde luego, pero no era plan. Así que sacó su polla y dejó resbalar a Eva suavemente hasta el suelo. ¡Eh! ¡No! ¿Qué hacía? ¿Por qué doblaba las piernas? Intentó sujetarla por las axilas pero ella continuó su "derramamiento" hacia el suelo. Él se preocupó, pensó si había sufrido un desvanecimiento por el calor o algo así y comenzó a zarandearla susurrando su nombre y maldiciendo lo pequeño del kiosco. De pronto sus temores desaparecieron, cuando ella, casi en el suelo y con mirada traviesa, rió y se metió su polla en la boca.

Le pilló tan desprevenido que, si hubiera podido, habría saltado. Pero el susto le duró unos segundos, lo que la lengua de la chica tardó en encontrar la punta de su capullo. Era una sensación tan placentera como extraña. Le estaban practicando probablemente la mejor felación de su vida y no podía ver más que la coronilla de la chica, oculta entre la prensa rosa y las chocolatinas. Eva empezó a recorrer con la lengua toda la longitud de su polla, tensa y dura, y cada vez acababa introduciéndola de nuevo con cuidado en su boca, apenas rozando con sus dientes, hasta alcanzar, pensaba él, su garganta, para luego deleitarse mamándola y vuelta a empezar. En pocos minutos sintió lo inevitable y, cogiendo la cabeza de ella trató de apartarla avisándola de su inminente corrida pero Eva chupó aún con más fuerza y él, apoyando una mano en cada pared, se dejó ir ahogando un grito. Sintió cómo ella cerraba los labios en el último instante dejando resbalar su semen hacia su cuello y su pecho.

Ambos quedaron inmóviles. Volvió a cogerla por debajo de los brazos y esta vez sí se dejó aupar hasta quedar de pie, abrazada a su cuerpo y con la cabeza recostada en su pecho.

Como pudieron, se limpiaron los restos de su frugal encuentro y se vistieron. Él abrió la puerta y miró fuera, para asegurarse de que no había testigos de su vuelta a la realidad. Eva le siguió y sonrió a modo de despedida. Apenas se había alejado dos metros cuando volvió decidida sobre sus pasos. Él pensó que iba a besarle y se sorprendió cuando ella se acercó a su oreja y le dijo con voz sensual "no encontré mis bragas, cuando las recuperes me las traes, por favor. El almacén del café es poco más grande y los martes me quedo sola a cerrar". Y con un guiño, salió corriendo hacia la parada del autobús.

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