Erase una vez

Estoy preparando el relato de una experiencia que me ha... ¿impactado? Sí, creo que esa es la palabra...  Supongo que lo tendré listo en un par de días, en cuanto la sangre vuelva a llegar en condiciones a mi cerebro y a mis manos... ufff...

Mientras tanto os dejo un cuento, para que os entretengáis. El mes pasado participé de nuevo en un concurso de relatos eróticos. El tema me pareció difícil: "Hadas". Siempre digo que escribo basándome mucho o poco en hechos reales porque no tengo imaginación y sinceramente, mi experiencia con hadas es bastante limitada :-)  Así que recurrí a lo más parecido que se me vino a la cabeza: los cuentos de hadas de mi niñez. Simplemente les añadí un punto pícaro y... ¡gané el concurso! A ver si os gusta...

La princesa se sentía tremendamente desdichada. Nadie en el reino sabía por qué. Después de todo, tenía todo cuanto deseaba: belleza, riquezas, joyas y vestidos, una corte de aduladores a su alrededor, criados, doncellas... todo lo que una dama de su linaje podía desear. Sin embargo la tristeza la invadía.

Aquella noche sentía una extraña desazón por todo su cuerpo. Pidió que le prepararan un baño, segura de que el agua tibia calmaría su nerviosismo. Dejó que la sirvienta la desnudara y se sentó dentro del agua, recostando su cabeza en el borde. Pensó cuándo había comenzado a sentirse de aquella extraña manera. Sí, lo recordaba exactamente. Apenas unas horas antes. Cuando sorprendió a dos cortesanas manteniendo una conversación acerca del duque y sus artes amatorias.

No era la primera vez que pensaba en ello. ¿Por qué ella no? ¿Por qué no podía disfrutar de un hombre como el duque? ¿Por qué le estaban vetados los placeres carnales que hacían surgir esas sonrisas lascivas en las caras de sus sirvientas? ¿Acaso no era ella superior? Era la princesa, pero también era una mujer y deseaba disfrutar del hermoso cuerpo del duque, de su espléndido torso, sus fuertes brazos, acariciar su pecho mientras él la poseía con su sin duda potente verga. Sólo de imaginarlo se estremeció. Sin apenas darse cuenta comenzó a acariciarse. Sus manos recorrieron la piel de sus brazos, de su pecho... sintió sus pezones ponerse erectos. Le gustó esa sensación de dureza y, mordiéndose el labio, los pellizcó. Luego siguió avanzando con sus manos ya bajo el agua hasta alcanzar su sexo.

Cerró los ojos. ¿Cómo sería? Tal vez el duque la acariciaría, tal vez le introduciría un dedo. Probó un poco. Le gustó. Tal vez jugaría con su clítoris. Tal vez... De pronto algo rozó su nariz. Abrió los ojos sobresaltada. No daba crédito. Justo ante ellos, a menos de un palmo, revoloteaba un ser diminuto de apariencia humana, concretamente femenina, y bastante sexy, dicho sea de paso. De inmediato sacó ambas manos del agua y trató de alcanzarla. Con una pícara sonrisa la ¿mariposa? la esquivó. Detuvo su vuelo un momento después y se quedó flotando frente a ella mirándola fijamente.

"¿Qué hacías?" preguntó divertida. La princesa balbuceó "no sé, supongo que..." ¡Un momento! Ella era la princesa, no tenía por qué darle explicaciones a... a esa... ¿qué clase de criatura podía ser? Desde luego parecía inofensiva, además de muy bonita.

"¿Qué eres? ¿Quién eres?" Le preguntó tratando de ser cortés. "¿Cómo que quién soy? ¿Es que nunca te han hablado de mi? Por supuesto soy tu hada madrina" respondió ofendida sin dejarle decir ni una palabra.

Un hada madrina. Nadie le había dicho que tuviera una. Pero sonaba lógico. Era una princesa. Lógico e interesante. Un hada madrina. Y parlanchina. Porque no paraba de hablar. Mientras la princesa la contemplaba embobada ella seguía explicándole por qué estaba allí. Palabras sueltas alcanzaban su oído: hada, feliz, cuidarte, deseos... Mmm ¡deseos! "¿Quieres decir - la interrumpió, y esta vez sin cortesía alguna- que me concederías un deseo?" El hada la miró divertida. "Pues claro, ¿qué crees que hace un hada madrina? ¿Cuál es tu deseo?"

La princesa suspiró. No sabía cómo explicarse. Entonces, atropelladamente, le contó todo al hada. Su tristeza durante los últimos meses, su extraña sensación esa tarde, sus dudas, sus preguntas...

"Tú lo que quieres es un hombre" le interrumpió el hada, "un hombre que te haga disfrutar, que te devore con los ojos, que recorra tu cuerpo a besos, que te lama y te chupe, que explore tu sexo con sus manos y su boca, un hombre que te posea con su miembro, y poder alcanzar el orgasmo abrazada a su cuerpo..."

La princesa observaba extasiada los excitantes movimientos con que el hada acompañaba su discurso, las caricias que repartía por su cuerpo, el contoneo de su pelvis... y de pronto le pareció que la temperatura del agua se había elevado un par de grados. La miró expectante. "¿Y? ¿Puedes?" "Por supuesto que puedo... ¡Sea!" y agitó su varita mágica. Una nube surgió de la nada acompañada de un suave estallido. Cuando el polvo desapareció, la princesa se encontró frente a ella, sentado desnudo en la bañera, un guapo joven que la miraba con una mezcla de deseo y curiosidad... el duque. Entre ambos, suspendida en el aire, el hada les miraba a ambos.

El duque alargó la mano hasta rozar la mejilla de la princesa. Ella giró la cara y apresó el dedo de él entre sus labios. Se incorporó y se sentó sobre él. Ambos se entregaron a sus caricias, a la exploración de sus cuerpos, a las sensaciones tan nuevas para ella, tan conocidas para él.

De repente otra mano rascó con suavidad la espalda de la princesa, que se giró asustada. Para su sorpresa, quien la acariciaba tan sensualmente no era otra sino su sexy hada madrina, aunque su tamaño ahora era el de un ser humano, si bien conservaba las preciosas alas a su espalda y la varita en una mano. Guiñándole un ojo le preguntó "¿no pensarías que me ibais a dejar con este calentón?". No tenía ni idea de lo que quería decir con aquella expresión, ni de por qué motivo ya no era diminuta ni flotaba, sino que se había convertido en una exuberante mujer que ocupaba parte de su baño en el que, dicho sea de paso, estaban los tres un poco estrechos.

Entonces ocurrió otra cosa rara, una más en aquella extraña noche. Sin saber cómo, la bañera había desaparecido y se encontraba en sus aposentos, tumbada en su cama. Junto a ella reposaba el duque, al otro lado la sonriente hada preguntaba “Así mejor, ¿no?”.

Cerró los ojos deseando que el duque la tocara, que la besara, que la poseyera. Y pronto sus deseos se hicieron realidad. O casi. Porque sintió una boca sobre la suya, unas manos sobre su cuerpo, una respiración jadeante junto a su oreja, llena de pasión y de deseo. Y sin abrir los ojos correspondió a los besos y a las caricias. Y al hacerlo descubrió una piel infinitamente más suave de lo que imaginaba, y supo que aquel cuerpo sobre el suyo no era el del duque pues carecía de atributos masculinos. Donde esperaba encontrar un terso y fuerte torso encontró dos excitantes pechos, y un poco más abajo, en lugar de un miembro viril halló una húmeda y cálida vulva. Y ella también se llenó de pasión y de deseo. Hada y princesa se entregaron al placer bajo la atenta mirada del duque que se acariciaba extasiado ante la escena. Cuando la lengua del hada exploró el sexo de la princesa esta sucumbió y entre gemidos y jadeos, sujetando la cabeza del hada con ambas manos, llegó al orgasmo.

Por fin la princesa disfrutaba de los placeres carnales, en brazos de la más sensual de las criaturas que jamás hubiera imaginado. Pero el hada había hecho una promesa, y la iba a cumplir. Había prometido concederle a la princesa un deseo en forma de hombre que la hiciera disfrutar.

Mientras la princesa recuperaba el aliento, el hada se acercó al duque, consciente de que aquella hermosa joven no sabría ni por dónde empezar. Se fundió con él en un dulce abrazo, devoró su boca, recorrió con ella todo su varonil cuerpo mientras él, encantado, se dejaba hacer. Cuando alcanzó su miembro lo introdujo en su boca y lo chupó lentamente, saboreándolo. Entonces la cabeza de la princesa apareció a su lado, contemplando asombrada. Ella también abrió la boca y se dispuso a imitar los pasos de su maestra.

Aquello fue demasiado para el duque. Ya las caricias y besos del hada le habían provocado una considerable erección pero ver y sentir a aquellas dos mujeres jugando con su sexo, lamiéndolo, chupándolo, intercambiándoselo entre risas de la boca de una a la de otra… Estaba a punto de correrse cuando de pronto el hada se levantó y retiró también a la princesa. Con mirada reprobadora le dijo al duque: “aún no”. Y sin una palabra más, se retiró al borde de la cama.

El duque ayudó a la princesa a tumbarse y se posicionó sobre ella. Mientras besaba sus erectos pezones, las manos de ella acariciaron su espalda, sus piernas le apresaron y poco a poco su miembro la penetró. La princesa gimió, se estremeció y empezó a moverse. El duque movió las caderas, aumentando el ritmo. Las manos de ella arañaban su espalda. Él se movía cada vez más rápido. Sus respiraciones agitadas se acompasaron, sus jadeos traspasaron las paredes de la habitación, los gemidos inundaron el palacio y un grito del duque hizo que la princesa tensara todos sus músculos, se arqueara y cayera de nuevo sin fuerzas.

El hada se acercó de nuevo, les besó a modo de despedida y, tras agitar su varita mágica, recuperó su tamaño diminuto y desapareció por una rendija, con una sonrisa de oreja a oreja.
Y a partir de aquella noche la princesa dejó de estar triste, el duque se convirtió en un asiduo visitante de palacio y el hada... el hada siguió concediendo deseos, que es lo que hacen las hadas madrinas.

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