Al otro lado del teléfono

Se quitó de detrás de mi y sonriendo con picardía me acercó el móvil diciendo "llámale". Justo lo que L. esperaba... Mentes masculinas.

Allí de pie, desnuda en medio de la habitación, cuando estaba a punto de marcar su número, mi móvil sonó. Era L.

Por supuesto, sabía que había quedado con él. A qué hora, dónde... y lo que con toda probabilidad estaba ocurriendo. Pero en esta ocasión él no iba a poder presenciarlo. Iba a tener que contárselo yo.

Esa noche le contaría cómo, tras una breve charla, le había ayudado a desnudarse. Cómo él me había arrancado la camiseta mientras me comía la boca. Cómo me había bajado los pantalones y me había tumbado antes de sacármelos. Le explicaría cómo había jugado con su lengua en mis tetas. Cómo yo había saboreado su miembro agachada delante de él.

Aunque seguro que lo imaginaba, le detallaría cómo luego me había tumbado boca arriba y me había hecho correr con su boca. Lo que a lo mejor no imaginaba era que luego se había tumbado encima de mi y, aún sin metérmela, se había frotado contra mi con su dura y erecta polla consiguiendo estimular de nuevo mi clítoris hasta tal punto que casi me corrí otra vez.

Le confesé que tenía órdenes. O mejor dicho, una orden. L. me había ordenado que fuera complaciente... Nada más. Y nada menos. Él me miró, sopesando lo que acababa de escuchar. Poniéndose de pie me ayudó a incorporarme y me abrazó por detrás. Sentí su polla clavarse en mi nalga.

Y ahí, de pie, desnuda, con el móvil en la mano, iba a demostrar a L. que era sumisa y obediente.

Intuía que me iba a follar. Lo que aún no sabía era cómo. Oí cómo rasgaba el envoltorio del condón. Ví cómo se lo ponía. Me inclinó hacia delante. Apoyé las manos y quedé totalmente expuesta. A su voluntad. Se puso detrás de mi y me agarró por las caderas. Me penetró despacio. Le sentí invadir mi interior sin prisa pero de un tirón. Gemí. La sacó. Volvió a embestirme, esta vez con más fuerza. Mis piernas temblaron. Gruñó. Tras tres o cuatro empujones había alcanzado el grado suficiente de lubricación. Al menos en la vagina.

Jugueteó brevemente con un dedo en mi culo. Imágenes de encuentros anteriores acudieron a mi mente. Y me incorporé. Iba a buscar algo que sin duda necesitaría. El lubricante.

Se echó una generosa cantidad en la mano, una parte la extendió por su polla. El resto me lo reservaba a mí. Devolviéndome a mi postura anterior, se afanó en extender el lubricante por todo mi culito. Por dentro, por fuera, comprobando con su dedo si aún ofrecía resistencia.

La punta de su polla presionó mi agujerito. Noté cómo entraba. Cuando empujó un poco más sentí dolor y me encogí. Paró. Tiene una buena polla. Gorda y dura. Poco apta para uso anal, pensé la primera vez que la vi. Pero el tiempo me había demostrado lo equivocada que estaba. Esa polla ya había follado mi culo en otras ocasiones y, pese a su tamaño, el cuidado y pericia de su dueño habían logrado hacerme disfrutar de manera insospechada.

Esta vez no me equivoqué. Esperé con paciencia a que mi cavidad anal se adaptara a su pene. Sabía que el dolor pasaría de inmediato. Y así fue. Tan pronto como él sintió mi relajación empujó un poco más. Luego siguió entrando. Poco a poco. Hasta que la sentí entera en mi interior. Entonces empezó a moverse. Despacio. Entrando y saliendo. Con las manos asiéndome por las caderas. Pronto el ritmo fue cómodo.

Mmmm. Estaba follándome el culo. Y yo estaba siendo complaciente. Y me gustaba. Me gustaba sentirle. Imaginar la expresión de su cara. También fantaseé con cómo se lo relataría a L. Me gustaría tanto que estuviese allí...

Justo entonces fue cuando, como si me hubiera leído el pensamiento, se quitó de detrás de mi y sonriendo con picardía me acercó el móvil diciendo "llámale". En el mismo momento en que me disponía a marcar, sonó el móvil. L. ronroneó al otro lado y preguntó cómo iba la cosa, y si estaba siendo complaciente.

No me dio tiempo a contestar. Me hizo volver a la postura anterior solo que ahora apoyada en una sola mano. Con la otra sujetaba el móvil. Recuperó su sitio detrás de mi, con sus manos en mis caderas y... uffff... su polla entró de nuevo en mi culo. Oía la respiración agitada al otro lado del teléfono. Le susurré lo que estaba pasando. Entonces empezó a follarme con fuerza. Cada vez más rápido. Entre gemidos le conté a L. cómo me taladraba el culo. Sabía lo mucho que se estaría excitando. Esta era una de sus fantasías aún incumplidas. Me gustaba sentir su polla, sus huevos chocando contra mi coño, sus piernas junto a las mías, sus manos alrededor de mi cintura. Junto a mi nuca su respiración iba y venía. Caliente. En mi oreja, la respiración de L. , que percibía también caliente.

Paró un momento. Sin sacar la polla de mi culo llevó su mano a mi sexo y lo acarició, introdujo un poco un dedo. Inició de nuevo el vaivén de sus caderas, algo más suave, follándome simultáneamente por los dos sitios. Mi grado de excitación subió. Sentía la piel arder, el coño palpitar y los pezones duros como piedras. Me sacudí y arqueé. Sacó sus dedos y puso ahora las manos en mis hombros, recuperando el ritmo anterior. Me follaba de forma salvaje, con tremendas embestidas. Gruñía mientras su gruesa polla me poseía por detrás. Para entonces mi culo obviamente estaba más que dilatado y lubricado... su miembro me penetraba sin dificultad y sabía que lo estaba gozando de lo lindo. Y yo. Me sentía una guarra. No solo por estar allí, follando con él, a solas, sino que además me estaba sodomizando, y me gustaba. Y L. lo estaba oyendo todo, al otro lado de la línea. Y eso no solo me gustaba. Me ponía muy cachonda. Me hacía gemir más, gritar más, querer más.

En uno de los empujones el móvil resbaló de mi mano y quedó justo debajo de mi. No intenté recuperarlo. Estaba segura de que L. podía oir claramente mis jadeos, sus gruñidos, mis gritos... incluso los empujones, los rebotes de mi cuerpo sobre el sillón. Si levantaba una mano me caería.

Y si no, también. Me follaba con tal fuerza que los brazos me fallaron y fui resbalando hasta quedar tumbada. Con él encima y su polla entrando y saliendo. Mis jadeos eran ya mucho más que eso. Gritos ahogados que sin duda llegaban claramente al móvil, aún junto a mi cuerpo. Con sus fuertes manos abrazó mi cintura al tiempo que de su garganta salió un gruñido sordo, su aliento quemó mi nuca y tras unos momentos de tensión, se desplomó encima de mi.

Me volvió a alcanzar el teléfono. Le pregunté a L. si lo había disfrutado. Me aseguró que sí. "¿Y tú?" dijo. "Luego te digo cuánto", respondí, "pero ya sin teléfono".

Comentarios

  1. Nunca imaginó Graham Bell que su invento iba a ayudar tanto a la sexualidad humana. Ni la autora del relato, los momentos de excitación y lujuria que iba a procurar a sus lectores 8-b

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    1. Si es que... las nuevas tecnologías es lo que tienen... las carga el diablo!!! Lo que a lo mejor tampoco imaginan los lectores es los momentos de excitación que provoca en la autora de los relatos el saber el uso que se les da y los efectos colaterales que provocan sus humildes escritos...

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  2. Uno de tus mejores relatos (y mira que son todos muy buenos) por cierto mi numero es 65............. jejeje ...
    Besos por todo tu cuerpo :-* :-* :-* :-* :-* :-*
    Trueno.

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    1. Permanece atento al auricular, en cuanto descubra los siguientes siete dígitos te voy a decir un par de cositas... jejeje
      Besos, capitán!

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