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Cuerpos de gimnasio

Cuarenta y ocho, cuarenta y nueve, cincuenta. ¡Ya! Uffff, los excesos navideños le pasaban factura. Antes de las fiestas no le costaba tanto, esa fase estaba superada. Por primera vez en su vida llevaba cuatro meses yendo al gimnasio. ¡Todo un record! Y no iba a permitir que unos cuantos polvorones acabaran con tan buen hábito. Seguro que en pocas semanas había recuperado su "casi" buena forma. Se bajó de la máquina y se dirigió a la bici. Acababa de sentarse, aún estaba ajustando el nivel cuando entró Mario. Con la sonrisa puesta, como siempre. Lo reconocía. Él había tenido también mucho que ver en su constancia para ir al gimnasio. Los primeros meses solo con su presencia. Los días que le daba pereza bajar le bastaba con recordar su sonrisa... bueno y sus gemelos, sus biceps, sus pectorales bajo la ajustada camiseta, sus apretados gluteos... Luego vinieron los saludos, los encuentros casuales en la puerta del vestuario, los comentarios banales... Ir al gimnasio era cada v

La tecla adecuada

Sigo vaga. Y liada. Y con poco que contar. Todo va por rachas, ya se sabe... cualquier día de estos un calentón acaba de forma imprevista y voy y os lo cuento... jejeje. Pero hasta que eso ocurra, como aún tengo relatos ficticios escritos y que no he compartido por aquí... ¡allá va uno! para combatir los calores veraniegos ;-)   Apenas sabía nada de él. Que era joven, guapo, interesante... y profesor de música en la academia de su sobrino. Y que desde la primera vez que le vio, a principio de curso, se moría de ganas por llevárselo a la cama. Pero no era nada fácil. Se había ofrecido a llevar al niño a sus clases con la esperanza de encontrar una excusa pero no sabía cómo abordarle. Tanto crío por todas partes, la situación era poco propicia. Él siempre la saludaba amablemente y se despedía de ellos con una gran sonrisa... Y nada más. Durante la clase ella se quedaba leyendo, o salía a tomar algo mientras dejaba volar su imaginación y se veía preguntándole a qué hora acaba

Hoy toca ciber

Me observo en el espejo mientras bajo lentamente la cremallera de mi albornoz. Hoy toca ciber. Llevas tiempo pidiéndomelo pero últimamente no me siento muy motivada para hacerlo. Sin embargo ayer salió el tema en alguna conversación y hoy llevo todo el día rondándome la cabeza. ¿Por qué no? Hoy puede ser un buen día, después de cenar, cuando te sientes al ordenador a acabar tus cosas. Mi pecho derecho asoma por la abertura del albornoz. Parece buscar guerra. Lo acaricio con suavidad, la tendrá. Pero hoy quiero algo más especial que un albornoz y una cremallera. Algo más sexy. Salgo y te pregunto cómo quieres que me vista. Sonríes al sugerir el vestido nuevo. El rojo. Escotazo, corto y muy, muy ceñido. Así que tú también quieres guerra... El cuerpo me pide un juego especial. Varios de nuestros amigos seguramente responderían encantados al mensaje "Voy a poner mi cam" , pero... no. Quiero otra cosa. Estoy juguetona y me apetece ponerte muy cachondo, para que luego echemos u

Casi puta

Las órdenes eran claras: "Vas a hacer correrse a todos los tíos que haya". Lo confieso, entré asustada. Sabía que a esa hora no serían muchos los hombres en el local. También sabía que yo mantenía mi "derecho a veto", por el cual si realmente alguno de los chicos entraba dentro de mi categoría "claramente no", L. no pondría ninguna traba a dejarle fuera. Pero aun así el juego de ese día me acojonaba un poco. Sin embargo, no tardé en calmar mis nervios. El primer hombre al que me encontré nada más llegar resultó ser un conocido, uno de esos chicos del ambiente que tira por tierra todas las teorías de los "indeseables chicos solos", por su saber estar, su agradable charla, su respeto y actitud... y esa lengua tan juguetona, vale. Lo admito, aún sin mis órdenes habría acabado follando con él con bastante probabilidad. Habitualmente no me resulta difícil pedir a un chico que me acompañe dentro pero esta vez fue más fácil aún. De repente le vi ent

Verte con ella

Me siento muy guarra. Mucho. Pero es que verte ahí follando a esa morena me ha puesto muy cerda. Vale que a mí me acababan de dar lo mío. Quiero decir que no es que me haya puesto cachonda. No es eso exactamente.  Es el poder compartir contigo ese momento de excitación, de morbo. Cuando nos has cogido a cada una de una mano y te nos has llevado dentro pensé que bromeabas. Pero entonces los otros chicos nos han seguido. Y la chica alta. Y has empezado a morrearnos a las dos, mientras los demás se mantenían a distancia. Luego poco a poco se han acercado. Sin tocarnos. La chica alta ha sido la primera en franquear esa barrera, al agacharse delante de ti, entre nuestra maraña de piernas. Uno de los otros chicos ha estirado el brazo y me ha rozado el hombro. Su delicadeza me ha hecho estremecer y me he girado. No podía suponer que el murmullo que sonó después a mi espalda era el rumor de tus pantalones al caer ante el ataque de esas dos lenguas cargadas de lujuria. Por eso el morbo